Matador de toros nacido en Camas (Sevilla) el 1 de diciembre de 1935. Cuando cuenta quince años tiene ocasión de actuar en un tentadero de la ganadería de Corradi, y las buenas aptitudes que en dicha ocasión apunta le animan a seguir la carrera taurina. El 22 de agosto de 1954 viste por primera vez de luces en la placita sevillana de La pañoleta, alternando con Limeño, y después de tomar parte en media docena de corridas sin caballos, torea por primera vez con ellos en Utrera el 8 de septiembre de aquel año, y estoquea novillos de Esteban González con Juan Gálvez, Francisco Corpas y Roberto de los Reyes. Es poco lo que torea en 1955 y 1956, y progresa notablemente en 1957, temporada en la que actúa veintidós veces, la mayoría de ellas en plazas andaluzas de las provincias de Sevilla, Cádiz, y Huelva, en las que tiene un gran cartel. El 9 de marzo de 1958 se presenta en Barcelona, y ve volver vivo a los corrales al novillo de su debut. El 18 de julio se dio a conocer en la plaza madrileña de Las Ventas lidiando novillos de Alipio Pérez-Tabernero Sanchón con Adolfo Aparicio y Vázquez II. En dicha ocasión da pruebas de un magnífico estilo como torero, y se muestra igualmente como deficiente estoqueador. Cerró aquella temporada con treinta novillada en su haber y el 18 de marzo de 1959 toma la alternativa en Valencia de manos de Gregorio Sánchez, para estoquear en compañía de Jaime Ostos –que completó el cartel—y toros del conde de la Corte, un toro llamado Vito. La lucida actuación que tiene en la feria de abril sevillana rodea de expectación su confirmación de alternativa en Madrid, que tiene lugar el 19 de mayo, en que le cede Pepe Luis Vázquez el toro Lumito, número 28, negro, de doña Eusebia Galache de Cobaleda. Fue el segundo espada Manolo Vázquez y Romero solo estoqueó un toro por suspenderse la corrida al arrastre del tercero por causa de la lluvia. Curro Romero pertenece a esa especie de toreros artistas que produce Andalucía, puede decirse que por la gracia de Dios. La calidad de su toreo es extraordinaria, y aun en tardes menos afortunadas es perceptible para el verdadero aficionado. No busca el éxito en excentricidades ni nuevas suertes, sino en la personalidad que presta a los eternos lances de la lidia. Su actuación en la feria de Sevilla del año 1959 ha dejado memoria en cuantos la presenciamos.
En la temporada de 1960 sostiene su cartel, y la feria sevillana de 1961 ha sido testigo de sus actuaciones extraordinarias que le colocan con verdadera justicia en la primera fila de los toreros artistas que hemos conocido. Durante la siguiente participa en veintitrés funciones y en treinta y una en 1961, en cuyo 7 de mayo sufrió una fisura en una mano al actuar en el coso lisboeta de Campo Pequeño. Diversos y serios percances hay que registrar en 1962, año en que intervino en treinta y cinco corridas. El 17 de junio en Algeciras (Cádiz) es herido muy gravemente en la ingle izquierda por el toro Agua limpia , de Carlos Núñez, en presencia de Miguel Mateo, Miguelín, y Juan García, Mondeño, tras haber cortado las dos orejas al primero de su lote. En la primera corrida de la feria de La Línea de la Concepción –15 de julio—es corneado, también con pronóstico muy grave, en el perineo anterior por una res del marqués de Villamarta ante sus compañeros de terna Julio Aparicio y el citado Mondeño. Todavía el 5 de octubre, en Zafra (Badajoz), es herido de alguna consideración en la ingle derecha por un saltillo cuando alternaba con Jaime Ostos y José Julio. Tanta desventura quedó ampliamente compensada el día 22 de ese mismo mes de octubre al contraer matrimonio en la parroquia madrileña de los Jerónimos con la bellísima Concha Márquez Piquer, hija única del matrimonio formado por el antiguo y magnífico espada Antonio Márquez y la extraordinaria tonadillera Conchita Piquer. Aunque no pasan de veintiséis los contratos cumplidos en 1963, ha de ser subrayado el gran triunfo alcanzado el 4 de julio en Madrid en la corrida de la Prensa en la que, con ganado de Alipio Pérez T. Sanchón, conseguiría en votación popular la Oreja de Oro en competencia con César Girón. Pedro Martínez, Pedrés, y Curro Girón. El siguiente 11 de agosto es herido de alguna gravedad en la cara por un morlaco de Juan Pedro Domecq en Palma de Mallorca. Torea treinta y cinco festejos en cada una de las temporadas de 1964 y 1965, y es herido de importancia en la primera corrida de la feria de Almería del año citado en segundo lugar por el astado Perdido, del que le llevarían las dos orejas a la enfermería. Completaron el cartel aquella tarde Manuel Benítez, El Cordobés, y Agustín Castellano, El Puri, y se corrió un encierro del hierro de Salvador Gavira.
en cuyo 16 de mayo visitará una vez más una enfermería, en este caso la de Madrid al ser herido de alguna importancia por un toro de Atanasio Fernández al que logró estoquear tras muy artística faena. El posterior 13 de junio vuelve a Sevilla –donde siempre gozó de ilimitada popularidad y legión nutridísima de admiradores—para despachar un saldo ganadero como espada único, con el sobresaliente resultado de cortar una oreja de los astados corridos en primer y tercer lugar y las dos del que salió en el segundo, con la correspondiente salida a hombros del coso. Por el contrario, no le acompañó la fortuna cuando repitió la suerte el 22 de junio de 1969 en Málaga, al dar cuenta de seis cornúpetas de Salvador Guardiola. Poco más tarde, y después de haber participado tan solo en cinco funciones tal año, anuncia su propósito de retirarse de la profesión torera, decisión que rectifica en 1970, año en el que actuaría en siete corridas. Al término de la temporada española de 1971, en la que se anotaría veintiuna actuaciones, marcha a Hispanoamérica, donde torea con resultado vario. En el aspecto negativo han de consignarse los tres avisos escuchados en su primer toro y uno en su segundo el 11 de octubre en Caracas (Venezuela), cuando alternó con Curro Girón y Curro Rivera (la corrida de los Curros), en la lidia de cinco reses de Valparaíso y una de Santo Domingo. En veinticinco funciones actúa en 1972, y es herido de gravedad el 17 de septiembre en Málaga, cuando un astado de Núñez Hermanos se arrancó de improviso al ir a ser descabellado. La cornada la recibió en el muslo izquierdo y le entregaron en la enfermería las dos orejas del agresor.
Le acompañaron en la arena en aquella ocasión Antonio Mejías, Bienvenida, y Rafael de Paula, con quienes compitió más de una vez en denominadas corridas de arte. La desigualdad de su toreo quedó plasmada en su actuación el 14 de junio de 1973 en Madrid, nuevamente en corrida de la Prensa, donde es ovacionado en su primer oponente, de la vacada de Juan María Pérez-Tabernero como todo el encierro, mientras es abroncado en su segundo. Ocho días después triunfa rotundamente en su segundo toro, de Juan Pedro Domecq, con corte de las dos orejas y el rabo, en la plaza de Granada, mientras en su primero su labor fue deficiente. Ascendió tal año a la cota de las cuarenta corridas, máxima de su carrera taurina, para descender a treinta y dos, diecisiete, treinta y veintisiete en la posteriores. Continuó, y aún prosigue su quehacer torero, aunque últimamente haya disminuido claramente su actividad en los ruedos en general, pero no en el de la Real Maestranza en particular, donde nunca falta a su cita en la famosa feria de Abril. El 10 de agosto de 1979 fracasa en Málaga al alternar con Sebastián Palomo, Linares, y Emilio Muñoz en la lidia de un encierro de la vacada de Ramón Sánchez, al dejar volver a los corrales a un astado que debió matar en sustitución de Linares, que resultara herido. Cerró la temporada con veinte contratos cumplidos y al comienzo de la siguiente alcanza uno de los mayores triunfos de su larga vida profesional al obtener tres orejas de toros de la divisa de Núñez.
La efemérides tuvo lugar el 19 de abril, fue contemplada por José María Dolls, Manzanares, y Juan Antonio Ruiz, Espartaco, y mereció el doble trofeo Maestranza, al triunfador del serial abrileño y a la mejor faena de muleta. Por el contrario, dio el mitin el 16 de agosto en Bilbao, y pasó incluso a prestar declaración en la correspondiente comisaría de policía, descalabro presenciado por los Vázquez (Curro y José Luis), y luciendo el ganado corrido el hierro del Marqués de Domecq. Vuelve a saborear las mieles del éxito el siguiente día 30 del citado mes en Almería, al llevarse tres orejas y un rabo de ejemplares de la vacada de Bernardino Piri, en presencia de José Luis Vázquez y el rejoneador Joao Moura. Ascendieron a treinta y dos los ajustes suscritos este año, que no pasaría de diecisiete en 1981, año en el que resultó herido de gravedad en el muslo derecho al torear el 28 de agosto en Almería astados de la ganadería de Felipe Bartolomé, ante Manuel Vázquez y Rafael Soto, Rafael de Paula. El 26 de mayo de 1982, en el coso madrileño de Las Ventas, protagoniza un gran escándalo al oponerse a una orden de la presidencia, por lo que, junto a su picador Diego Mazo Rodríguez, sería propuesto para una desmesurada sanción económica. Se lidiaron aquella tarde reses de la vacada de Núñez Hermanos y pudieron presenciar el grave incidente los mencionados Paula y José Luis Vázquez.
Nuevamente resulta herido de gravedad el 18 de julio en El Puerto de Santa María, por un burel de la divisa de Manuel Camacho, cuando competía mano a mano con José Luis Feria, Galloso. No pasaron de la decena las salidas al ruedo este año, ni de la media docena las veces que ciñó la taleguilla bordada en 1983. Le concede el público sevillano las dos orejas de un astado de la ganadería de Gabriel Rojas el 30 de abril de 1984, delante de Paula y Francisco Ojeda, y no tarda en dar la de arena, lo que tuvo lugar en Madrid el 8 de julio, donde hubo de salir del coliseo protegido por la fuerza pública en presencia de Paula y el caballero en plaza Álvaro Domecq. El ganado toreado por los diestros de a pie en aquella coyuntura portaba la divisa de Montalvo. En trece oportunidades realizó el paseíllo en esta campaña, para llevarlo a efecto en veintiuna ocasiones en 1985, en cuyo 1 de junio corta una oreja en Madrid de un pupilo del hierro de Santiago Martín, cuando alternó con Antonio Chenel, Antoñete, y Curro Durán en la lidia de tres ejemplares de la divisa del mencionado Santiago Martín y otros tres de la de Juan Andrés Garzón. Se quedaron en diez funciones las despachadas en 1986, y no ha empezado con demasiados bríos la corriente de 1987 en su querida feria sevillana. Quede constancia de que durante el invierno de 1981-1982 toreó en ruedos de México y Colombia. Continúan los altibajos que siempre acompañaron las actuaciones de este discutidísimo y ya veterano diestro. Nunca supo, o quiso, taparse con los toros que no fueron de su agrado y de ahí los rotundos fracasos que es preciso anotar en su debe. Sus clásicos cuatro mantazos dados con el pico de la muleta y la forma inadmisible de entrar a matar fueron la parte negativa de su toreo. Pero en ocasiones, escasas si se quiere, supo destapar su clásico tarro de las más puras esencias, valga el conocido tópico. Así fue siempre este Curro y no está ya, por supuesto, en edad de cambar sus costumbres. A raíz de su rotundo fracaso el 12 de julio de 1987 en Madrid, en el que le echaron al corral una res de la divisa del marqués de Albayda a la que no quiso ni ver, se rumoreó en los medios taurinos su retirada definitiva del toreo, aún tiene previsto participar en la corrida del domingo de Resurrección y dos tardes de la Feria de Abril de Sevilla de 1988. Es verdad que se rumoreó que podría retirarse después de su descalabro en Madrid, en julio de 1987. Giradillo, un burriciego que embestía a oleadas, había sembrado el terror en el ruedo de Las Ventas aquel día. Curro, en palabras dichas entre barreras a la Cadena SER, afirmaba: <<El toro no ve, el toro se va para uno sin atender ni capote ni a muleta>>. Curro, imposible, insiste reiteradamente en la peligrosidad del toro: <<Yo no estoy dispuesto, comenta, a que los hombres de mi cuadrilla arriesguen su vida, ni yo mismo, ante un toro como ese>>. Y esperó que sonaran los tres avisos en medio de una bronca fenomenal. Luego, en el último tercio del segundo de su lote, salió del burladero con la espada de verdad montada, dispuesto a acabar con él de forma inmediata. La plaza se encrespó. Se gritó <<a la cárcel, a la cárcel>>, y cuando, después de dos pinchazos y otra media estocada por el costillar, por fin dobló el toro, un energúmeno saltó a la arena harto cobarde agredió al torero, empujándole y derribándole contra el estribo. En el suelo, a merced de quien no merece siquiera ser nominado, aunque su nombre saliera en la prensa, fue defendido por su cuadrilla para evitar que, caído, siguiera golpeándole. Confieso que me dio lástima un torero que no tiene términos medios. En eso también radica el que siga ocupando el sitio que tiene en la fiesta.
Pero Curro no se retiraría. Cumpliría dos contratos más, en Écija y Sevilla, y cerraría su campaña. Este año quedará entre los de mal recuerdo para el diestro, ya que, excepto un silencio respetuoso en una de sus actuaciones en Sevilla, y la ovación que escuchó en el primero de Écija, en el resto de los toros que ha lidiado las broncas, o los pitos, acompañaron su labor. En total ha participado en ocho corridas de toros. <<El día que me vaya, me iré en silencio>>, le dice en abril de 1988 a Manuel Ramírez, en ABC. Poco días después empezará la trigésima Feria de Abril del camero. Tres paseíllos hace en Sevilla, y el primero, como es tradición, el domingo de Resurrección con Rafael de Paula y Espartaco y toros de don Carlos Núñez, pero sin nada que estacar ni de él ni de sus compañeros de terna. También el 15 de abril, y en la feria, su actuación se salda con un balance de silencio y pitos. Habrá que esperar a su tercera comparecencia, el 18 del mismo mes, para que con un toro de Torrestrella, el segundo de su lote, se viera el destello de su capote. <<Curro –dice Vicente Zabala–, con el capote del tamaño de un pañuelo, había logrado cuatro lances finos, muy bien hechos, maravillosamente pulsados…>>. En Madrid, dos tardes, una en la feria y otra en julio, y el romero, en ambas, hay que llevárselo a casa. O guardarlo para la faena en La Malagueta, el 15 de agosto, en corrida mixta con Rafael de Paula y el novillero Pepe Luis Martín. Cuando el de Camas, dice Vicente Zabala en ABC, <<presentaba la muletita chiquita, muy Chiquitita, por delante, con la figura erguida con naturalidad, al toro de Diego Puerta, daba gloria contemplar cómo nacía y moría cada uno de los pases con absoluta limpieza, rematando superiormente cada una de las suertes, porque esta vez el torero, muy confiado, sacaba el trapo por abajo.
Fueron diez muletazos en tres series diestras…>>. También triunfa en Lorca, con un toro del mismo hierro anterior, al que cortó una oreja, toreando de capote y con la muleta y haciéndose con el trofeo al triunfador. Fue el 18 de septiembre. Un mes después, el 12 de octubre, termina su temporada donde empezó, en Sevilla. Vestido de nazareno y oro, y con Agareno, un toro bajo de agujas del hierro de don Ramón Sánchez Recio en el ruedo, cuenta Carlos Crivell que <<primero fueron dos verónicas por el pitón izquierdo, luego otra imposible de contar por el derecho, y como remate, media para fundirla como ejemplo del toreo de capa en su más grandiosa expresión. ‘’¡Que nadie toque al toro!’’, dijo Romero. Y con el capotillo recogido, la figura llena de orgullo torero fue hacia el toro y otra vez surgió el milagro de unas verónicas de ensueño. Hasta un quite, de nuevo con lances para el recuerdo, ofreció el torero de Camas>>. Así cerró su temporada del año 1988. No se ha retirado; se adivina, por sus declaraciones, muy pocas, escasas, que se irá en silencio. Se irá algún mal día y dejará las plazas llenas del ruido de su silencio. En 1989 comienza toreando en Castellón y Valencia. Está anunciado cuatro tardes en su Maestranza. En la última, la del 14 de abril, con toros de Torrestrella y Fernando Cepeda y Litri de compañeros, en el último se reconcilia con su público. La feria había transcurrido entre brocas, broncas de amor infinito, y de nuevo con su grácil capotillo se le ve confiado. Recoge al toro frente al burladero de los médicos. Se endereza y despliega los brazos con una lentitud que marca cada movimiento en las retinas y surge un olé como solo suena en Sevilla. Luego, otros más. Las verónicas nacen y mueren perfectas, bellas, y se engarzan para recogerse en una media con el toro liado a la cintura. ¡Qué clásico es Curro! Luego, Madrid, cada día más difícil y más y más fácil para el torero y una gran división de opiniones en el público el día 18 de mayo. El 9 de junio, en Aranjuez, es cuando torea de capote al cuarto, un ejemplar de don José Luis Marca Rodrigo, Con Espartaco y Juan Cuéllar en el cartel.
Reaparece en Badajoz, el 24 de ese mes. Las broncas se suceden hasta el 15 de agosto, otra vez en La Malagueta. Le acompañan en ese día Rafael de Paula y Pepe Luis Martín, al que va a conceder la alternativa, y otra vez toros del maestro Diego Puerta. <<Curro resucitó en La Malagueta toreando como hace treinta años. Tarde inspiradísima del Faraón, que ya nadie esperaba>>, Así titulaba la crónica ABC y resumía parte de su temporada. Abroncado en Salamanca y con una actuación discreta en Lorca finaliza otra, en la que ha hecho dieciséis paseíllos. La temporada de 1990 es muy corta en contratos. Solamente cinco tardes torea El Faraón. Cuatro en Sevilla y una en Madrid. Pero es extensa en pitos y broncas, única manifestación del público cuando doblan los diez toros que estoquea. Sin embargo, 1991 será muy diferente. Comienza la temporada en Sevilla, el 31 de marzo, domingo de Resurrección, para dar la alternativa al sevillano Martín Pareja-Obregón, en presencia de Juan Antonio Ruiz, Espartaco. Los toros que se lidian son de Torrealta y de su actuación con el cuarto dice Manuel Ramírez, en ABC: <<Y apareció Romero. El runrún fue creciendo, pero todavía más por la incertidumbre que por lo cierto. No se estira Romero en los primeros compases. Hay un punto de desasosiego. Impaciencia. Pero llega el primer lance. Ya el toro metido en los vuelos del capote. Ya Romero queriendo y pudiendo. El segundo. Ya el olé ronco arriba, ya el toreo despacio abajo. El tercero. Se hunde aquello en explosión. Se miran los tendidos. Saltan lágrimas. Se crispan las manos. Corre por entre las miradas, con las que se busca siempre el currísmo cuando Curro Está en Romero, ese mirar cómplice de quien se siente sintiendo. El cuarto. El quinto. Son mejores los del pitón izquierdo, más embraguetados, más bajas las manos, más alto el toreo. No se cuentan los lances, se paladean. Más se sueñan que se ven, aunque se estén viendo verónicas de ensueño (…). Y la solemne, despaciosa, eterna vuelta al ruedo se da con el romero en las manos. Como hace diez, vente, treinta años. El mismo romero en las manos de Romero…>>. En el resto de sus tardes hay de todo. Silencios, ovaciones y pitos, hasta el día 21 de septiembre en Nimes. Alterna con Julio Aparicio en corrida matinal que prolongan los rejoneadores Manuel Vidrié y María Sara. <<Cumbre de Romero y Julio Aparicio con una corrida artista de Juan Pedro>>, es el titular de la crónica de Barquerito en Diario 16. Cierra la temporada en Sevilla, el 28 de septiembre. Todavía estaría en la boca de todos por lo ocurrido en la llamada corrida de la Expo, que no se llegaría a celebrar. Pero eso ya lo conté en la biografía de César Rincón. La primera de 1992 es en Málaga. Luego, las cinco siguientes, en la Real Maestranza de Caballería de Sevilla.
De las cinco queda el recuerdo de la faena de muleta al segundo de su lote con el hierro de Sepúlveda. Una faena en su línea. Con su empaque. Con esa muleta pequeña que mueve acompañando y componiendo la figura. Majestuoso. En Córdoba, palmas y pitos. En Nimes, palmas y vuelta. En Madrid, división y bronca, en corrida fuera de San Isidro. Otra vez en Sevilla, el 18 de junio, y es la sexta tarde. Una oreja en La Línea de la Concepción a un toro de don Gabriel Rojas Fernández. Mata tres toros, por lesión de Rafael de Paula, en Málaga y Oviedo. Y en Sevilla, su séptima y octava corridas de la temporada. Y aún le quedaría la del 12 de octubre, la novena, con la que cierra la campaña. Pero antes, Madrid, el 2 de octubre, con Rafael Camino y David Luguillano. Al maestro le corresponden dos toros de don Juan Antonio Romäo de Moura y al cuarto, que se llamaba Soneto, le corta la oreja. Reconozco que me emociona, pone un nudo en la garganta, ver a un hombre próximo a cumplir los sesenta años dando muletazos con ese empaque. Fueron pases, los justos, y un desplante torerísimo. Entró a matar y pinchó en hueso. Se perfiló en corto de nuevo, pero el toro no le dejó que cruzase. Le prendió y le volteó de mala manera. No se sabía si tenía o no herida, pero la forma de caer no gustó a nadie. Le trasladaron a la enfermaría y por el camino se queja del cuello. Pero ya en ella quiere salir a todo trance para matar su toro. Le dicen que este ya ha rodado y le han concedido la oreja. Ya no le duele nada. El equipo del doctor García Padrós, comprobado su estado, accede a que salga al ruedo cuando Romero dice: <<Darme un buche de agua, que tengo que corresponder a mi público>>. Le ponen la chaquetilla y como un joven sale por el túnel de la enfermería para dar la vuelta al ruedo. Juego exclamaría: <<Por fin me he encontrado en Madrid con un toro que me ha obedecido. Esta oreja me recompensa de muchos sacrificios>>. A nadie se le escapa que, por imperativos de la edad, puede ser la última de su vida en Madrid. Llevaba muchos años sin torear en México, pero cruza el Atlántico en diciembre para dar la alternativa a su amigo Rodrigo Galguera. En la plaza Santa María de Querétaro, el 5 de ese mes, hace el paseíllo con Miguel Espinosa, Armillita Chico, y el mencionado Rodrigo. Los toros son de don Raúl Lebrija. No fue posible la faena con el primero, pero en el cuarto, soñador se llamó, que había derribado al caballo, pudo darle tres series de derechazos con su peculiar forma de hacer el toreo. Los espectadores con esos destellos tuvieron suficiente para lanzarle sombreros al ruedo. Salió al tercio a saludar y hubo, incluso, petición de oreja.
Cumplido el compromiso regresó a España. Como cada año, cuando comienza la temporada se especula con la retirada del torero de Camas. Esta vez, en la de 1993, se habla de un contrato, con una exclusiva y televisión presente, para que Curro gane más dinero. Y su presencia no solo en España, sino en Francia, Portugal e Hispanoamérica y no sé cuántas cosas más. Algún tiempo después, la Junta de Andalucía le concede su máxima distinción, la Medalla de Oro. El apoderado del torero desmienta la existencia de ese contrato exclusivo y firma que Curro Romero no ha firmado su retirada con nadie. Curro, de nuevo en la arena, sigue explicando su toreo. Comienza en Sevilla, el 11 de abril, y pone en práctica su teoría: <<¿Qué el toro no vale para hacer el toreo como lo siento? Pues no voy a perder el tiempo ni a engañar a nadie; termino lo antes posible y se acabó el problema>>. Esa teoría o muy similar la han tenido muchas figuras del toreo. La pregunta, que queda sin respuesta, es si a muchos de los toros que le salen no les habría hecho faena en otras épocas. Pero Curro va desgranando su temporada entre silencios, pitos y brocas, como cada año, a la espera de ese toro. Ha toreado dos tardes más en Sevilla; otra dos en Aranjuez, una de ellas corrida goyesca; también en Madrid; en Toledo, Santander, El Puerto de Santa María y Málaga; en Alcázar de San Juan, donde realiza la mejor faena de la temporada y probablemente la mejor de los últimos años a un toro de Juan Antonio Romäo de Moura, y Ronda, la segunda goyesca. Pero todavía queda otra corrida en Sevilla, el 12 de octubre. <<Mientras me embista un toro y lo pueda cuajar, seguiré en activo>>, Había dicho Curro. Y salió ese toro. Y embistió. Y lo cuajó. Toreó mano a mano con Espartaco y los Hermanos Domecq a caballo. Los titulares de la prensa no dejan lugar a dudas. <<Toreó Sevilla>> (El País); <<Romero, más Curro que nunca>> (El Mundo); <<Sevilla vuelve a estremecerse con una breve pero magnífica antología de Curro Romero>> (Diario 16); <<Curro Romero, capote y muleta eternos, cortó una oreja y volvió a despertar pasiones>> (ABC). Romero, como suele ser habitual, después de recoger la oreja, que la plaza entera ha pedido, la ofrece a sus peones para cambiarla por una matita de romero. Fue una vuelta apoteósica.
Era su decimocuarta y última corrida del año 1993. El día 1 de diciembre cumple sesenta años. Algunos días antes, el programa Clarín de Radio Nacional, con ese motivo, le dedica parte del mismo. Tuvo la fortuna de participar en él y desearle felicidades a este mito, a esta leyenda viva del toreo. No es el primer torero que está en activo con esa edad. También lo hicieron José Romero, que al parecer toreó con setenta y tres en la corte, y un peruano, Ángel Valdés, El Maestro, que lo hiciera, según cuentan, hasta los setenta y uno; Manuel Domínguez, Desperdicios, se retiró con sesenta; Hermosilla toreó hasta los sesenta y tres, según algunos autores, o hasta los sesenta y seis de acuerdo con otros, con treinta y siete años en activo. Dije, grabado está, que <<Curro es, como decía El Gallo cuando le preguntaban sobre sus célebres espantadas y afirmaba que las espantadas eran las espantadas, lo mismo que el estoque era el estoque y la verónica era la verónica. Curro es Curro, para bien o para mal. Ignoro –dije–, qué razones íntimas tendrá para estar todavía en los toros, ni deseo saberlo, pero el hecho de ponerse delante de un toro con esa edad para mí merece un enorme respeto, independientemente del resultado artístico>>. Y, lógicamente, no se retira tampoco este año. En 1994 alcanza la gloria en Valencia, con ovación y apoteósica vuelta, y el infierno en Sevilla, donde el 20 de abril, por vez primera en ese coso, ve cómo su primer toro, Empatadito, del hierro de don Gabriel Roja Fernández, vuelve vivo a los corrales después de escuchar los tres avisos y no poderlo matar. Una fotografía refleja la desolación del Faraón y la tristeza de su mozo de espadas, el entrañable Gonzalito. Salió a desquitarse en el cuarto. La plaza era un murmullo de expectación cuando lo toreó de capote. Luego, en la faena de muleta, sin probarlo por ningún pitón, citó de lejos para, como en los viejos tiempos, traerse el toro. Acudió y el olé de gozo se confundió con la queja por el infortunio. El toro en su galope se partía una pata y quedaba inútil para la lidia. Había sido la faena más corta del camero. Contrariado, pidió la espada, mató al toro y dejó en el ambiente la duda de la faena que pudo sr. Finalizaba así la tarde más amarga, seguro, de su carrera. Doce corridas ha toreado en el año, una de ellas en Francia, y han predominado los pitos. Se ha despedido en Madrid el 29 de septiembre, pero con el anuncio de su continuidad. Yo espero que cuando empiece a caminar la temporada de 1995, cuando se abran de nuevo los portones de los patios de cuadrillas y suenen los pasodobles, andando solemne, con esa peculiar forma de hacer el paseíllo con la mirada baja, de nuevo pise albero este maestro, ya sexagenario, que concentra en su toreo la esencia toda de la tauromaquia eterna. Y así efectivamente es Curro Romero y se mantiene en activo en 1995. Sigue toreando ese preciso número de corridas que le caracteriza, nueve este año y deja la impronta de su toreo clásico y la seguridad de la presentación en la siguiente temporada. Pero el toreo, y cada vez más, es un espectáculo de gran público, y actuaciones reiteradas, aunque artísticamente mediocres, tienen para la masa mayor eficacia que lo excepcional no prodigado. Curro Romero ha reiterado su arte, y no son solo los sevillanos los que puedes atestiguar su excelencia, pero es un torero desigual, refinado en su toreo, y su porvenir no puede preverse con seguridad total. Lo que se le ha visto hace es suficiente para que no se borre el recuerdo de su toreo, pero el duro oficio de torear en ese diapasón, ante toda clase de toros y de públicos, no es fácil empresa.
Siempre pertenecerá a la clase de toreros artistas, y no a la de toreros seguros. Torero polémico, es defendido a ultranza por sus partidarios, sevillanos en su mayoría, y criticado también con pasión por sus detractores, con lanzamiento al ruedo en múltiples ocasiones de objetos escatológicos a todas luces improcedente. Necesita, como los artistas de su cuerda, la presencia de un tipo de toro que no sale con frecuencia a los ruedos. Ello determina sus no escasos fracasos, ya que por falta de técnica o valor no intenta siquiera el conseguir una actuación discreta o digna. La calidad de su toreo, lánguido y majestuoso a la vez, está fuera de toda discusión. El último lustro torero del diestro de más larga andadura de todos los tiempos constituye un paréntesis que se abre y se cierra en el mismo lugar –La Algaba–. En presencia del traje corto de los festivales. Un paréntesis que acoge la admiración de un rico contenido salpicado de brillantes sorpresas. La primera ya la da el torero en la inauguración oficial de la plaza algabeña –9 de marzo de 1996–, porque su aspecto y su toreo han rejuvenecido. Y su afición, que aparecía en años anteriores con los pechos decrépitos y tristes de tanto amamantar esfuerzos y desaires, muestra en este turgente lozanía, como si su crepúsculo lo iluminara un alba novillera capaz de vencer a los biógrafos, burlarse del espejo y llenar de estupor las sastrerías. Vestidos de alamares que hacía veinte años no podía ponerse vuelve a enfundar su magra anatomía y una felicidad de cascabeles le puebla de sonrisas el alma y el toreo. La segunda sorpresa es la regularidad de su temporada: 18 corridas de toros en las que el arte va de su mano, con aldabonazos contundentes como el del domingo de Resurrección en Sevilla ante Torrealta Gandano, un cuajado castaño de 609 kilos al que corta una oreja después de convertir en manicomio los tendidos de la Maestranza toreando con la capa y de lucir una decisión con la muleta que hizo exclamar a un castizo: <<Curro: después de esto, me voy a ir andando hasta Caí con unos zapatos llenos de garbanzos duros!>>. La tercera es la expansión de su feudo, pues desborda con creces sus fronteras habituales y se anuncia en plazas que no pisaba hacía mucho tiempo. Así en San Sebastián de los Reyes, donde vuelve a sorprender cortándole las orejas a un burel de Algarra; en El Escorial, o en el mismísimo Madrid, cuyo ruedo huella en la feria de Otoño para doctorar a Uceda Leal. Incluso a Francia llega el aroma a romero cuando por mayo en Nimes concede la alternativa a Cristina Sánchez –<<Las mujeres acariciáis mejor que los hombres y el toreo es acariciar…>>, fueron sus palabras de ceremonia–, para, acto seguido, pasar de la teoría a la práctica y dibujarle caricias con su muleta única a un noble toro de Alcurrucén del que obtuvo una oreja.
Temporada surcada de tardes palpitantes, en la que ni el doloroso trance del fallecimiento de su anciana madre logra nublar el ánimo radiante del torero. Este trío de sorpresas habrá de convertirse en póquer, de añadir que esa aurora tardía que le instala en una perenne primavera, esas ganas de toros, ese deseo de esparcir su nombre en carteles lejanos, esa alegría de cruzar el pandero dorado de los ruedos, seguirán trinándole en el alma durante las cuatro temporadas que le separan del concluyente adiós. ¿De dónde acopia Romero esta tardía energía, esta ilusión de levantarse a diario con ganas de alcanzar el horizonte conjugando el ardor juvenil con el sosiego que le brinda su madurez sexagenaria? ¿En qué oculto hontanar tiene origen tan singular prodigio?… En el más activo y poderoso de todos los resortes: ¡El Amor! Curro se halla prendado de una mujer <<bella por dentro y por fuera>>, según sus palabras; una mujer para la que todo le parece poco y a la que ofrece cada día el airón y la espada de caballero andante por el redondo universo de los ruedos, convertidos ahora en rosaledas. Es el amor quien pone líricos acentos a la épica ruda de la lidia; el amor y las cuerdas sensibles del torero, afinadas al máximo bajo el cielo rubí de un ocaso exornado con luces de alborada que habrán de acompañarle hasta la estación término. Cuatro años le separan de ella y en todos firmará pasajes memorables. En el de 1997 –16 paseíllos de luces–, las verónicas a Horchatero, de Torrealta, el domingo de Resurrección en Sevilla, le valen un rosario de premios, y a los éxitos de Marbella y El Puerto de Santa María los sobrepuja el alcanzado el 29 de mayo ante el Torrestrella Chiflato en Toledo, ciudad a la que vuelve para doctorar a Eugenio de Mora. Toreando en Alcalá de Guadaira un festival a beneficio del malogrado novillero Japonés Niño del Sol Naciente resulta volteado y con tres costillas rotas, pese a lo cual continúa en el ruedo hasta terminar con su oponente; doloroso final de campaña cuyo acíbar endulzan la recepción del título de Hijo Adoptivo de Sevilla y la Medalla al Mérito de las Bellas Artes que le concede el Gobierno.
En 1998 torea 15 corridas con el corazón poblado de ruiseñores. Por abril vuelve a encandilar la Maestranza con su gran faena al toro Moldeado, de Torrestrella; el 5 de junio en Algeciras, su capote brilla en el azogue del temple en un quite a un toro de Ortega Cano después de alternativas a Gil Belmonte; pero sus cimas llegan a principios y finales de agosto, con la memorable faena al toro Turronero, de Algarra, en La Coruña, que le convierte en triunfador de la feria de María Pita, y el glorioso mano a mano goyesco con Antoñete –conmemorativo del 150 aniversario de la plaza de Antequera–, en el que le corta el rabo a deseado, de Jandilla. En 1999 celebra a lo grande los cuarenta años de alternativa enfundándose el vestido de luces en 24 ocasiones. En Valencia –coso donde se doctoró—vuelve a hacer el paseíllo para cortar la primera oreja de una temporada jalonada de indelebles fragancias. El 17 de abril le corta las dos orejas en Sevilla al Juampedro Parlanchín, como colofón a una tarde pletórica e inspiradísima. Será la última vez que consiga tal galardón en su plaza madrina. Otras dos obtiene de un toro de Sampedro en Baeza, al que cuaja con hondo sentimiento al natural. Guantero, de El Pilar, en Antequera; Remate, de Juan Pedro Domecq, en Guadalajara, o Peleador, de Victoriano del Río, en Jaén, son otros de los toros que pasan al Faraón laureles y recuerdos. En medio de esta fronda de tardes imborrables, el día de Santa Ana, en Santander, otorgará a Francisco Marco, Marquito, la última de las 31 alternativa que concede en su vida. Llegamos así a la postrera temporada de 2000, año bisiesto que contrista al torero con un enero de duelos y quebrantos: el día 6 abre su calendario con la necrológica de la primera corista de España, S.A.R. doña María de La Mercedes, madre de S. M. el rey Juan Carlos I, y el 28 lo cierra con el fallecimiento de don Diodoro Canorea, el emblemático empresario de Sevilla, que tan crucial papel jugó en la carrera de Curro, del que tanto mismo recibió el torero y con quien siempre mantuvo tan buena sintonía. Pese al mazazo que le supone ver cómo la muerte de personas tan próximas le arrebata de paso parte de su próximas le arrebata de paso parte de su historia, el diestro de Camas vuelve a lucir por las plazas -17 corridas en seda y oro—el talante animoso de años anteriores. El 12 de abril añade una nueva efeméride a su historial al inaugurar con el Jabonero y Juan Pedro, Noctámbulo, el nuevo palacio Vistalegre, levantado sobre las ruinas de la Carabanchelera Chata.
Nada da indicios de que tenga pensada su marcha. Tampoco Sevilla sospecha que sus carteles abrileños serán los últimos que ofrezcan combinados azahares y romero. Menos aún, que sea el día 2 de mayo el que ponga fecha al último de sus 184 paseíllos maestrantes de alternativa –de azul y oro junto a Curro Vázquez y Finito de Córdoba–, cuando el torero aparece anunciado en una de las corridas septembrinas de San Miguel, de cuyo cartel se caerá finalmente por problemas surgidos entre bastidores. Tal vez porque la ausencia del empresario amigo le nuble de soledades la alegría, Curro deja pasar en blanco –mejor decir: en negro—esta feria de adiós inesperado. Un silencio contestado por aislados pititos salda su actuación ante Sigiloso, el burraco de Juan Pedro Domecq que pone término – adecuado a su nombre—a las actuaciones de Romero en el Baratillo. Sin embargo, tras el gris anubarrado de Sevilla, cruje la luz del sol en la tarde de toros jerezana: tres orejas y un rabo –¡nada menos!—se lleva de don Juan Pedros, Susurro y Jumbrío que le tocan en suerte La fecha –18 de mayo—es histórica por partida doble, pues a la apoteosis de Curro acompaña la triste despedida de Rafael de Paula. El 26 de junio, en Badajoz, cortará a Publicista, de Fuente Ymbro, su última oreja vestido de luces, y en Murcia cumplirá –verde esmeralda y oro—la última corrida de su vida, ante toros de Algarra, y compartiendo terna con Pepín Jiménez y El Juli. Pero el postrer paseíllo tendrá lugar en la localidad sevillana de La Algaba, la mañana del 22 de octubre, en el festival a beneficio de ANDEX, que lo acartela mano a mano con Morante de la Puebla. Después de cortarle las orejas a Espoleta, primer Zalduendo de su lote y de dar cuenta del bronco y castaño Tiburón –este sí, último astado de su carrera–, aquella misma noche sorprende y conmociona el planeta taurino al hacer pública su decisión de retirarse de los toros, durante una entrevista concedida a Fernando Fernández Román en el programa radiofónico Clarín. Así, en silencio, de forma inesperada –como siempre había vaticinado–, llegaba el adiós de un torero único, singular y paradójico. Único, porque no hubo otro que tuviera esa fidelidad que él tuvo por su arte; ese estar por encima del triunfo o el fracaso; ese no conformarse, por mor de los aplausos, a torear peor de lo que exigía el alma; ese afán por sentirse; esa valentía suya por ser siempre él mismo en toda circunstancia.
Singular, porque, para burla del tiempo y de la lógica, y superando con creces los pronósticos más descabellados, ha permanecido perfumando, con la inextinguible esencia de su tarro, casi medio siglo de historia del toreo. Permanecer, levitando por encima de los calendarios, clavado en la claridad de su toreo rondeño y belmontino, reposado y tranquilo, parece ser la brújula que ha guiado su meta. Ninguna montera ha enfundado su afición y su miedo durante tanto tiempo en un traje de luces, y menos aún con tal continuidad. Ninguna ha soportado ventiscas de denuestos, pedriscos de almohadillas y el tronar de las brocas con la misma naturalidad que ha paseado a hombros del asombro todos los panegíricos, adulaciones y zalamerías que han acertado a dedicarle los públicos y su sufrida cofradía de seguidores. Paradójico, porque un hombre tan prudente como él, tan enemigo de bullas y fanfarrias, tan opuesto a toda desmesura, ha visto instalarse su historia en la desproporcionada verdad de las cifras; porque desmesurados son ese extenuante paseíllo suyo de 47 temporadas –42 con grado de alternativa—enfundando alamares, el récord de 189 actuaciones de luces en La Maestranza y ese estar acampado en las cimas más altas o en las más profundas simas abisales; porque es paradójico que un hombre adornado de la sencillez –mitad timidez, mitad sabiduría—que le ha acompañado de por vida, se vea obligado a alternar su existencia entre la historia y la mitología. Y es que el empaque y la autenticidad con que ha sabido llegar tantos años de lucha han hecho de Curro un mito vivo, un milagro de la hechicería más cercano a los dioses que a los seres humanos. Y sin embargo, es simplemente un hombre. Ni más ni menos que eso: he aquí su grandeza. Como la sombra de la fama es alargada, Curro ha seguido dando que hablar después de retirarse. El 1 de diciembre de 2001 –día de su sexagésimo octavo cumpleaños—se inauguraba en los jardincitos aledaños a la Maestranza un monumento a su persona, obra del escultor Sebastián Santos, que reproducía en bronce la figura del torero en un des plante. A la larga estela de homenajes de la que es objeto, se suma el Ayuntamiento de su pueblo natal que, en febrero de 2004, le nombra –junto a Paco Camino—Hijo Predilecto de Camas, después de que dos años antes hubiera agasajado a ambos diestros en la inauguración del Monumento al Toreo, levantado en La Pañoleta, muy cerquita de donde estuvo la primera plaza que pisó el torero. Y para avivar aún más su leyenda, el 16 de febrero de 2003, Curro se casaba en la más estricta intimidad con Carmen Tello –la musa que pobló de alondras sus últimos años de torería–, después de que, días antes, comunicara a la Agencia EFE el aplazamiento de la boda abrumado por el carácter de espectáculo que iba tomando el acontecimiento. De nuevo, y como siempre, el hombre –el torero—era fiel a su forma de concebir la vida. Curro Romero… genio y figura in sécula seculórun.
0 comentarios