O César Girón, a secas, como siempre apareció en los carteles. Nació en Caracas (Venezuela) el 13 de junio de 1933; vino a España en 1952; se presentó como matador de novillos en Madrid el 16 de julio, matando con Carriles y Antoñete reses de don Felipe Bartolomé, y llevaba toreadas más de cuarenta funciones cuando el 28 de septiembre del mismo año le dio Carlos Arruza (que vino expresamente de Méjico para ello) la alternativa en la plaza Monumental de Barcelona –en presencia de Parrita— al cederle el toro Farolillo, negro, de don Antonio Urquijo. La confirmación en Madrid no se efectuó hasta el 14 de mayo de 1955, y en tal ocasión fue Antonio Bienvenida quien le cedió los trastos, actuando Pedrés de testigo y lidiándose toros de don Juan Cobaleda.

Tan pronto como recibió la investidura en Barcelona fue uno de los matadores que más torearon en cada temporada, y años hubo, como los de 1954 y 1956, en que apareció el primero en las estadísticas, con 54 y 68 corridas, respectivamente.

Su voluntad, su tesón, su deseo de agradar le depararon grades triunfos; pero la verdad es que después de ovacionarle toda la tarde, al salir de la plaza los espectadores no recordaban nada de lo que le habían visto, porque su toreo, fundado más en el oficio que en el arte, <<no tenía carácter ni personalidad>>, según la opinión de un eminente crítico, que compartimos en absoluto.

Ha dejado de torear variar veces diciendo que se retiraba, y la última en que reapareció fue la de 1968, durante cuya temporada tomó parte en 23 corridas. En 1969 descedió a 15.

Consignemos, para terminar, que aquella voluntad y aquel tesón de los que antes hacemos mérito, le permitieron ganar orejas de oro y de plata y otros trofeos. Y que el percance de mayor consideración que sufrió de los toros fue la cornada gravísima que uno de don Juan Cobaleda le produjo en Burgos el 30 de junio de 1956.