HISTORIA DEL TORERO

JULIÁN LÓPEZ ESCOBAR (El Juli)

Publicado el 27 de febrero de 2023
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Matador de toros, Según el acta de nacimiento del Sanatorio San José, situado en la calle Ramón de la Cruz, nació en Madrid el 3 de octubre de 1982. El dato tiene gran importancia porque, además de cerrar la controversia sobre su edad que se desató en sus primeros años en la profesión, le sitúa como el torero más joven de la historia en tomar la alternativa, con quince años y once meses, sin exceptuamos el <<exótico>> y posteriormente invalidado doctorado concedido a Luis Miguel Dominguín por Domingo Ortega en Bogotá, cuando el madrileño solo tenis catorce. Su precoz afición surgió a la sombra de la de su padre, el primer Juli, un novillero modesto al que una cornada en San Sebastián de los Reyes hizo perder la visión del ojo derecho y lo apartó de sus sueños de gloria para hacerse banderillero. El segundo Juli de la dinastía se puso delante de su primera becerra cuando solo tenía ocho años, en una fiesta campera celebrada en Talamanca del Jarama, y tan lucidamente como también sucedería el día de su primera comunión. Un tiempo después ingresó en la Escuela de Tauromaquia de Madrid, a la que representaba el 1 de mayo de 1993 cuando debutó en público con un añojo de la ganadería de Hermanos Ortega en Villamuelas (Toledo), pueblo natal de su madre, que a su vez es hija y hermana de pequeños empresarios taurinos, esos mismos que sacaron a hombros al debutante después de verle cortar una pata.

Juli en sus primeros pasos como torero.

El 20 de julio de 1995 El Juli vistió su primer traje de luces en un festejo matinal celebrado en Mont-de-Marsan (Francia), pero antes había maravillado a los sevillanos en el homenaje a Joselito El Gallo celebrado en una plaza de carros instalada pare la ocasión en el barrio de San bernardo. Julián lidió con asombrosa perfección un serio eral de Joaquín Buendía e hizo su particular ofrenda al genio de Gelves en el centenario de su nacimiento. Y así, con ambiente de gran revelación entre los profesionales, en dos años sumó más de 150 becerradas y muchos festivales junto a figuras consagradas, haciéndose con los trofeos en liza de la mayoría de los certámenes de noveles de España y Francia. Pero para evitar los problemas legales derivados por su insuficiente edad para torear en público, su padre decidió viajar con él a México, país sin tantas trabas para las vocaciones precoces. Allí, en la plaza de Texcoco, debutó con picadores el 16 de marzo de 1997, desorejando a un novillo de Santa Rosa de Lima que lidió, en corrida mixta, ante la mirada de los matadores de toros Antonio Urrutia y Humberto Flores y del rejoneador Antonino López. Fue aquella una etapa muy dura en la vida de aquel adolescente de catorce años que dejó el hogar familiar para emprender la aventura del toreo. Ni el éxito de Texcoco ni el inmediato de San Miguel Allende tuvieron gran eco, tapados por la muerte en la plaza México del rejoneador Eduardo Funtanet. Así que Julián López (padre) decidió dar a conocer a su hijo de la misma forma en que hizo el banderillero Ojitos en España con Rodolfo Gaona: invitando a cualificados representantes del taurinísimo local a presenciar cómo su hijo mataba dos toros de Mimihuapán a puerta cerrada en la plaza San Marcos, de Aguascalientes.

El asombro de los presentes se tradujo en un buen número de contratos por la provincia, asta que pudo presentarse por fin en la Monumental del Distrito Federal el 15 de junio, para matar novillos de Jorge Hernández Andrés con Rivelino de la Rosa y Alberto Cavazos. No paseo trofeos ese día por fallar con la espada, pero sí que dio una vuelta al ruedo e impactó a la afición capitalina. Antes había vuelto momentáneamente a España para, burlando la ley, torear el 27 de abril la primera novillada picada en su país: otra vez en Villamuelas, con David Zamorano y David Vilariño, y utreros de Laurentino Carrascosa, a los que cortó tres orejas. Ya con un gran cartel, el 3 de agosto de ese año hizo Julián su tercer paseíllo en la Monumental de Insurgentes para lanzar definitivamente su carrera al cuajar, ante 30.000 espectadores, una honda y artística faena a Feligrés, utrero de regalo de Las Venta del Refugio que fue el primero indultado por un novillero español en la Plaza México y que dio nombre a la primera finca que el torero compró un tiempo después a las afueras de Madrid. Sin duda, en orgulloso recuerdo de aquel incontenido llanto de niño en que rompió durante la salida triunfal y con el que liberó toda la tención contenida por la lucha para llegar a ese momento triunfal, cuyo premio personal fue un viaje a Disneylandia. Convertido en un auténtico ídolo, con cuatro actuaciones más en una plaza México a rebosar, terminó campaña en el país azteca con un total de 59 festejos toreados en menos de un año, en los que cortó 89 orejas y cinco rabos y provocó tres indultos.

Ese invierno también pisó las plazas americanas de Quito y Cali con resultados igual de contundentes, pues en la capital ecuatoriana, a pesar de sufrir una seria afección intestinal, también indultó un novillo de Santa Rosa, Sacacorchos de nombre. Volvió a España en febrero de 1998 para mantener esa asombrosa regularidad, en una racha que comenzó con un éxito clamoroso en la feria de Castellón. Sobre la base de su portentosa inteligencia, su absoluta capacidad lidiadora y su gran variedad capotera, la temporada novilleril de El Juli en España fue un auténtico paseo militar, reflejado en una estadística incontestable: 56 novilladas y 48 puertas grandes, 30 de ellas consecutivas, mientras que solo en dos ocasiones se fue de vacío. Arrolló en el I Encuentro Mundial de Novilleros e incluso la Maestranza de Sevilla se le rindió el 24 de mayo, cuando desorejó a un bravo novillo de Juan Pedro Domecq. Y aún tuvo tiempo de volver a México en el mes de marzo para sumar otras 16 actuaciones. Desde el 4 e de enero, en Tlaltenango (México), hasta el 16 de septiembre, en Albacete, sumó 82 novilladas a ambos lados del Atlántico, con un balance de 199 orejas y 65 salidas a hombros, resultando herido, de menor importancia, solo en tres ocasiones, una de ellas con un puntazo en la mejilla izquierda inferido en Carbonero el Mayor (Segovia). Y por si faltaba algo. El refrendo de Madrid le llegó el 13 de septiembre, cuando se presentó con solo quince años haciendo el gesto de anunciarse en solitario con seis novillas de distintas ganaderías, entre ellos uno, que resultó muy difícil, de Victorino Martín. En las taquillas de Las Ventas se colocó el cartel de <<no hay billetes>>. Pese al ventarrón que se adueño del festejo, Julián López, vestido de azul purísima y oro, no volvió nunca la cara. Hizo quites diversos, sufrió varias volteretas y mató a los seis ejemplares de otras tantas estocadas. Y le cortó las orejas al quinto, un serio castaño del hierro de Alcurrucén, para abrir así la puerta grande de la primera plaza del mundo. Antes y después del acontecimiento, su caso protagonizó portadas y amplios reportajes en todos los medios de comunicación. Dos días después de despedirse de novillero con cuatro apéndices en Albacete, Endiosado, de Daniel Ruiz, fue el toro con el que José María Manzanares, en presencia de Ortega Cano, le dio la alternativa en Nimes (Francia) el 18 de septiembre. A dos semanas de cumplir los dieciséis años, y enfundado en un terno blanco y oro, cortó sendas orejas ante la gran audiencia de Televisión Española, que confirmó en directo todo lo que se había dicho del joven prodigio.

Su tirón taquillero aumentó notablemente desde esa semana de acelerada popularidad, reflejándose ya en las 14 corridas que  todavía sumó esa temporada de 1998, incluidas las de las ferias de Valladolid y Jaén. Y tuvo continuidad en las 32 tares de que se compuso su campaña americana, con triunfos, entre otras plazas, en las colombianas de Bogotá, Medellín, Manizales y Cali –donde se hizo con el trofeo Señor de los Cristales–, la ecuatoriana de Quito –le acompañó en la salida a hombros nada menos que el  presidente de la República, Jamil Mahuad—y la peruana de Lima, adjudicándose aquí el prestigioso Escapulario de Oro. También ese invierno, el 6 de diciembre, cumpliría con su confirmación de alternativa en México, oficiada por Armillita y Mario del Olmo, con toros de Pepe Garfias. Una oreja, por fallar con el descabello tras una faena notable, cortó esa tarde en la Monumental y dos el inmediato día 20, que se convertirían en cuatro el 5 de febrero, en la corrida del LIII aniversario del coso de Insurgentes. Para entonces, la fama de El Juli había alcanzado altísimos niveles, lo que lo llevó a protagonizar incluso varias campañas publicitarias. Ya en 1999 sumó más corridas y triunfos que nadie, poniendo casi siempre el cartel de <<no hay billete>> en las taquillas, incluso en plazas donde nunca se había colocado, como la de Teruel. En su primer año completo de alternativa –sin contar los de América, que sobrepasaron la media centena—toreó un total de 134 festejos, con un saldo de 282 orejas, 16 rabos y 92 salidas a hombros. Tres de ellos, además, fueron en solitario, en Olivenza, Nimes y Marbella. Su prestigio se acrecentó aún más tras su paso por Sevilla, donde, con una corrida de Jandilla, se consolidó definitivamente en la primera fila con una total determinación de triunfo que le costó una cornada, la que le valía una tercera oreja y a la vez le impedía salir por la puerta del Príncipe. Fue es la primera herida grave que sufría y uno de los tres percances que tuvo ese año 1999, junto a una lesión de cervicales en Castellón y otra cornada en Calahorra que le alejó de los ruedos casi un mes al final de un periplo agosteño compuesto de 32 paseíllos, incluidos tres dobletes de tarde y noche. Otra triunfal campaña americana fue preludio de su segunda temporada en el escalafón mayor, la de 2000, que cerró otra vez como líder, ahora con 106 paseíllos y ya en todos los cosos de importancia, entre ellos el de Madrid, donde confirmó alternativa el 17 de mayo. La ceremonia la ofició Enrique Ponce, ante el testimonio de Rivera Ordóñez y con el toro Pitanguito, de Samuel Flores. No tuvo una actuación brillante el matador adolescente, pero sí lo fueron las dos siguientes en Las Ventas, y en especial la de la Corrida de Beneficencia, en la que cortó una merecida oreja. Manteniendo una imparable regularidad en el éxito y en la taquilla, Julián cerró el año cortándole un rabo a un toro de Núñez del Cuvillo en Zaragoza y Marcando con su nombre el relevo obligado de cara a un nuevo siglo de tauromaquia.

La primera temporada de la nueva centuria fue suya de principio a fin como máximo triunfador. En total fueron 88 corridas, con el corte de 163 orejas y cinco rabos, en una racha de éxitos en todas las grandes plazas que situó definitivamente a El Juli en la cumbre del toreo y como máxima garantía para las empresas. Tres orejas en Fallas y otras tantas en la Feria de Abril de Sevilla –dos de ellas bajo un aguacero—pusieron su listón muy alto en el arranque de ese 2001, que no bajó  en su paso por Madrid, donde paseó un trofeo de un toro de Alcurrucén en la Corrida de la Prensa, tarde en la que también estoqueó un astado de Victorino Martín. El inmediato 5 de junio, también en Las Ventas, resultó herido por un ejemplar de Guardiola, que le infirió una cornada de 20 centímetros en el triángulo de Scarpa. No reapareció hasta tres semanas después, en Alicante, donde cortó otras tres orejas. En Pamplona se proclamó triunfador de los sanfermines con el balance de cinco trofeos en dos tardes, y días después cuajó su mejor faena del año en la Feria de Julio de Valencia a un toro de Daniel Ruiz para el que se pidió el indulto. Una nueva cornada, esta en la pantorrilla, durante la agosteña feria de Málaga, tampoco fue capaz de frenar su imparable momento, pues en apenas nueve días reaparecía Julián nada menos que en Bilbao y con Victorinos. Con dos orejas saldó esa dura tarde de reaparición, y con otras dos la del día siguiente, 23 de agosto, en las mismas Corridas Generales que atestiguaron su heroico gesto de cortárselas al toro de Torrealta que le seccionó por completo el labio superior hasta la base de la nariz. Hacía siete años que en el bilbaíno coso de Vista Alegre no se concedían dos apéndices de un mismo astado. Triunfos como estos fueron los cimeros de una temporada que contempló salidas a hombros de Julián López, entre otras, en las plazas de San Sebastián, Arles, Jerez, Barcelona (en tres ocasiones), Córdoba, Cáceres, Ciudad Real, El Puerto (dos veces), Málaga, Bayona, Palencia, Murcia, Granada, Salamanca –seis orejas en dos tardes—Logroño, Zaragoza –tres orejas el día del Pilar—o Jaén, donde cerró campaña paseando el rabo de un toro de Jandilla, el último que estoqueó .

Brindi al Publico, del Juli

Y tan imparable nivel de triunfos aún tuvo continuidad en la campaña americana, con éxitos en Lima y Quito, pero sobre todo en la Plaza México, donde el 5 de febrero de 2002 le cortaba otro rabo al toro As de Oros, de la divisa de Reyes Huerta. A altísimo nivel, y como figura indiscutible, comenzó El Juli el siglo XX, mas algunas cosas fueron cambiando en 2002, temporada en la que pasó a ser apoderado por el torero retirado Raúl Gracia, El Tato, e inició un proceso de cambio en su tauromaquia. Fue bueno el inicio del año, con un gran triunfo en Fallas y el corte del tercer rabo consecutivo en el Anfiteatro romano de Arles, pero sus compromisos de Sevilla y Madrid no tuvieron ni brillo ni contundencia, a pesar de que paseó un trofeo por el óvalo de la Maestranza. El público de esas dos plazas, y en especial el de Las Ventas, donde hubo cierta polémica con las corridas elegidas, mostró a Juli esa primavera su cara más amarga e intransigente. Fue el inicio de un repentino cambio de tornas, justo cuando el torero ya estaba en la cumbre. Ese frenazo le obligó a emplearse a fondo el resto del año, con una remontada que inició en Pamplona, donde de nuevo sumó cinco orejas en sus dos actuaciones, y consumó en Bilbao, en cuyos carteles se anunció tres tardes: en la primera desorejó a un Victorino y en la tercera abrió la inexpugnable puerta grande de la plaza de Abando después de cortar tres trofeos de la corrida de Torrestrella, en todo un despliegue de autoridad. Y como postre agosteño indultó en Linares al toro Ordenado, de Sánchez Arjona, en el aniversario de la muerte de Manolete.

Fueron en total 112 paseíllos los que sumó en 2002, con una estadística de 167 orejas y seis rabos cortados. Y un total de 59 fueron sus salidas a hombros: entre otras plazas, además de las citadas, en las de Logroño, Barcelona, Nimes, Valladolid, El Puerto, Murcia (en dos ocasiones en todas estas), Jerez, Córdoba, Granada, Toledo, Badajoz, Burgos, Dax, Almería, Bayona, Ronda, Albacete y Zaragoza, donde cerró campaña. Pero la importancia de sus actuaciones estuvo por encima de los números, más bien en la manera de reaccionar y responder a las críticas. Y porque el 4 de octubre el torero ofreció su verdadera dimensión, e inició el camino por el que encauzar el resto de su carrera, en el Palacio Vistalegre, la nueva plaza de Carabanchel, atestiguando la definitiva despedida de Curro Vázquez. Anunciado en mano a mano con el gran maestro de Linares, cuajó al toro Desván, del hierro de Toros de Cortés, la que de momento puede ser la mejor faena de su trayectoria. Imbuido esa tarde de una motivación especial, sacó a flote en ese trasteo todo su hondo sentimiento del toreo, en una cumbre que no solo le valió el rabo del excelente ejemplar, sino que fue todo un aviso para navegantes. Insatisfecho con la imagen ofrecida hasta entonces, la de ese lidiador total y bullidor que le encaramó en la primera fila, ambicionaba profundizar en su mejor expresión ante el toro. Un cambio de sello que no iba a ser fácil de asimilar por unos públicos acostumbrados ya al estereotipo anterior. Y, además, justo en el momento en que José Tomás se retiraba en un clamoroso silencio. Es decir, en mitad de ser procesó de cambio voluntario, Julián López se quedaba solo para tirar del carro de la fiesta. Hercúleo trabajo. Los efectos de la nueva situación no se hicieron esperar, y ya en el arranque de la temporada de 2003 comenzó a sufrirlos en sus propias carnes.

Tachado de torero vulgar por los aficionados supuestamente más exigentes, muchos presidentes intentaros evitar las críticas de estos a base de negarle orejas ganadas a pulso y pedidas por aclamación por los públicos. Además, cierta corriente a la contra, surgida de algunos importantes despachos para frenar su fuerza taquillera y como venganza a su decidido apoyo a la empresarialmente incómoda Nueva Agrupación de Matadores, comenzó a extenderse entres la prensa. Tras un arranque de campaña duro y de resultados tibios, se quedó fuera de los carteles de San Isidro ante la negativa de la empresa y del propio ganadero a que matara en Madrid la corrida de Victorino Martín. Pero el madrileño, que se empeñó en remontar contracorriente, reaccionó ofreciéndose a lidiar en solitario la corrida de la Asociación de la Prensa, insertada entre el abono, en la que se anunció con seis muy serios ejemplares de distintas ganaderías y donando íntegramente todos sus honorarios a distintas organizaciones benéficas.

Aquel 27 de mayo, a la hora del paseíllo, la plaza madrileña era un tenso hervidero, con una gran parte de los tendidos dispuestos a abortar el gesto. Una insólita e injusta pitada acompañó la salida al ruedo de Julián, que toro a toro tuvo que ir reconduciendo la situación con inhumana sangre fría. De hecho, no se valoró en nada ni su gran despliegue lidiador durante toda la corrida ni su más que estimable trasteo a un toro de Adolfo Martín. Hasta que salió el quinto, de Fuente Ymbro, y le cuajó la mejor faena de la tarde y, posiblemente, de la temporada, compuesta de tres o cuatro hondísimas series de naturales, pero que solo se premió con una rácana oreja en el intento de cerrarle la puerta grande. Aun así, la imagen y la moral del torero salieron reforzadas de Madrid. Pero hubo más gestos de El Juli en esa temporada tan <<gallista>> de 2003, pues mató otras tres corridas de seis toros, en la plazas de Santander, Linares –donde lidió un toro de Miura—y, para cerrar campaña, Zaragoza, curiosamente con idéntico balance de cuatro orejas cortadas en cada una. La última, en plena Feria del Pilar, se verificó ante seis ejemplares de tremendo trapío, probablemente el sexteto de más cuajo y pitones con que torero alguno se haya encerrado nunca en solitario. Y fue tal su lección de tauromaquia con todos ellos que ratificó de un plumazo que, pese a todo, había ganado la partida de una temporada que saldó con 86 actuaciones y 113 orejas cortadas, y con cumbres, además de las señaladas, en Bilbao –aunque sin trofeos–, Valencia en  julio, Almería y, especialmente, en el coso francés de Mont-de-Marsan, donde hizo dos faenas cargadas de artística expresividad a saltillos de San Martín.

Fue el suyo un duro esfuerzo por reivindicar y defender su primacía en el toreo, pero que aún había de extenderse a las siguiente temporadas, pues ya al comenzar la de 2004 era patente que no se le había reconocido como merecían todos sus gestos de la anterior. Incluso algunas empresas ya empezaron a poner en duda su indudable atractivo popular como dudoso argumento para no someterse a sus exigencias económicas. Pero El Juli persistía en su empeño de buscar nuevos caminos sin perder ni un ápice de su categoría, y para eso contó a partir de este año con un nuevo apoderado, el también torero retirado Roberto Domínguez. Aconsejado por el buen sentido del nuevo mentor, para empezar anunció con un comunicado de prensa que dejaba de banderillear. Si bien es verdad que era la suerte en que más críticas recibía, también lo es que renunciaba así a una baza muy efectiva en su puesta en escena en gran número de plazas. Y, también por propia voluntad, decidía reducir notablemente el número de sus actuaciones, que finalmente ese año fueron 74. No fue malo su paso por las primeras ferias, con orejas cortadas en Fallas y en la sevillana corrida del Domingo de Resurrección, pero las de Abril y San Isidro, en las que se le vio desangelado y cansado, constataron un profundo bache del madrileño que se alargó hasta el mes de junio. Mas fue de nuevo el inicio del verano el que marcó una nueva remontada de El Juli, y especialmente a partir de los paseíllos sanfermineros en su siempre plaza talismán, la Monumental de Pamplona.

Para entonces ya era evidente que su toreo había ganado en intensidad, que su capote era, aunque menos variado que en los inicios, si más templado y hondo, y que su muleta era cada vez más dominadora y profunda. Y eso sin renunciar nunca a su superdotada inteligencia lidiadora. Pero, además de ser perseguido por una constante mala suerte con los lotes, todo eso no parecían querer verlo los presidentes que le negaron bien ganados triunfos en muchas ferias, como la de Málaga, donde la bronca al usía por no concederle la primera oreja duró más de veinte minutos. Pero un verano muy contundente, con otro gran paso por la cumbre de Bilbao, y un gran final de temporada en Zaragoza, con el cartel de <<no hay billetes>> y una postrera salida a hombros, vinieron a demostrar que las cosas seguían en su sitio. Muy similar fue su campaña de 2005, en la que aún bajó el número de paseíllo, que solo fueron 61, aunque en su inmensa mayoría en plazas de primera y segunda categoría. Pero las presidencias mantuvieron su tacañería ante las actuaciones de un torero empeñado en defender su categoría frente a las empresas y en demostrar su verdadero sentido del toreo a los públicos. Tampoco esta temporada pudo vencer El Juli las forzadas reticencias de las plazas de Sevilla y Madrid, aunque en la Maestranza volviera a pasear una oreja de un torrealta. En cambio, cuajó una de sus mejores faenas en Arles, en la feria de Pascua, y de nuevo a partir de julio, desde la cita pamplonesa, su campaña recobró el vuelo. Una gran feria de Mont-de-Marsan, un faenón a un toro de El Pilar en Valencia y otra nueva lección en tres tardes de la Aste Nagusia de Bilbao –donde alcanzó su máxima cotización—fueron los hitos de un verano que incluyó también una cornada de menor gravedad en el abono de Valladolid, el 9 de septiembre, y de la que reapareció apenas una semana después. Solo más fallos con la espada de los habituales redujeron su marcador de trofeos a 67. En realidad, la estadística ya importa poco a esas alturas de la carrera como máxima figura de El Juli. Más decisivas son faenas de tanto calado como la que hizo en 2006 al toro Trajano, de Montecristo, en su habitual cita del 5 de febrero con la Plaza México. Todo el poso que ha ganado su  toreo fue patente en esta obra que acabó con el indulto del animal –el segundo de su trayectoria en el embudo de Insurgentes—y que pasa por ser otra de sus más altas cimas toreras. Este gran éxito renovó su credibilidad de cara a  una temporada española que se abría con el declarado intento de varios empresarios de no contratarlo para sus plazas, entre ellas la de Sevilla, incluso llegándolo a acusar de <<antirrentable>> por sus altos honorarios. Pero el joven maestro madrileño les respondió con un gran arranque, cortando tres orejas en Fallas y saliendo a hombros en Castellón.

Además de la participación en la reinauguración de la plaza lisboeta de Campo Pequenho, otra de las cimas de El Juli en este año se situó, como casi siempre, en Bilbao, donde le fueron negados otros dos trofeos ganados a pulso con la corrida de Zalduendo. Fueron de nuevo muchos los éxitos del madrileño esta temporada, en la que se mantuvo algo por encima de las sesenta actuaciones para defender su caché frente a las novedades y obligado a demostrar su cuestionado pero incuestionable tirón taquillero en las fechas menos propicias de cada feria. Pero ni aun así, ni con la guerra declarada por algunos empresarios, ni con la falta de reconocimiento de parte de prensa y afición, se ha logrado bajar de la cima del toreo moderno, a la que se encaramó con apenas quince años este prodigio surgido un siglo después de Gallito y que ha soportado con absoluta entereza y suficiencia la titánica responsabilidad de tirar del carro de la fiesta. Eso ha conseguido el Juli gracias a esa asombrosa intuición para la lidia manifestada desde que con diez años ingresó y maravilló en la Escuela Taurina de Madrid. Su irrupción cantaba en la primera fila fue tan rápida y sencilla como su propia cabeza de torero, la de un genio precoz que ya con los erales no solo dominaba a la perfección la técnica de burlar y mandar las embestidas, sino que también tenía el don de improvisarla y recrearla a su manera, como un joven Mozart vestido de luces. Todo se deriva de su vasta cultura taurina, acrecentada en su dura estancia en México, pues de allí se trajo Julián el amplio repertorio de quites que le dieron fama en su primer año de novillero. Su propia precocidad, esa aura de niño asombroso que captaron todos los medios de comunicación, le dio la enorme popularidad que hacía que al conjuro de su nombre se colgara el ansiado cartel de <<no hay billetes>> en su primer año de matador, cuando lideró ya el escalafón mayor con más actuaciones y más triunfos que nadie en España y en América.

Pero, al contrario que otros fenómenos de masas contemporáneos, el prestigio mediático de El Juli se basó única y exclusivamente en argumentos de pura raíz taurina. No hubo en su lanzamiento guiño alguno a la frivolidad, ni él mismo se quiso salir del guion marcado por la más estricta liturgia torera. Es más, ya en los primeros compases de su trayectoria, por pura obediencia a un concepto global de la lidia, aquel adolescente escogió el camino más duro para una figura, esa vía gallista que supone el sacrificio total en pos de la regularidad, el camino del triunfo continuado sin concesión a momento alguno de debilidad. Una opción que eleva pronto a los altares, pero que, por hastío de aficionados y masas, termina por pasar factura de tan insultante y predecible, siendo, precisamente, la más meritoria y difícil de cuantas puede escoger en su andadura un matador de toros. Manejando el capote con una soltura muy clásica, utilizando con precisión las muñecas para mover las bambas a la hora de interpretar la verónica, brilló más en sus inicios por su larguísimo repertorio de quites, dominando tanto las antañonas suertes españolas como los floreos del sentimiento mexicano.

Con las banderillas, hasta que dejó de clavarlas, solía ser efectivo y vistoso, aunque muchas veces se adocenaba por la obligación autoimpuesta de protagonizar el segundo tercio en todos los toros. Pero donde realmente brilla su tremendo fondo torero es con la muleta. Poderoso y con un repertorio tan amplio como con el capote, El Juli es con la franela un torero muy hondo, con un gran mando sobre las embestidas en largas y ligadas series de muletazos, que tienen el remate de una más que suficiente contundencia estoqueadora. Con todo, el ritmo del toro mexicano le dio en su etapa de novillero una cadencia y una estética que, entre sus maratonianas campañas iniciales, afloraban de vez en vez anunciando la mayor dimensión artística que posteriormente ha alcanzado. A sus casi diez años como matador de toros, es un torero renovado y que apenas ha tocado techo. Reencontrándose con su sentimiento más hondo, hace un toreo más desnudo y desgarrado, de manos muy bajas, sin alardes ni concesión alguna. Pero, sobre todo, es un lidiador de infinita capacidad, larguísimo, con una honestidad técnica y un valor asombroso para sacar el mejor partido de un altísimo porcentaje de toros. El 23 de mayo de 2007 abre la puerta grande de Las ventas por primera vez como matador de toros, tras cortar una oreja a Cantapájaros y otra a Derramado, ambos de la ganadería de Victoriano del Río.

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