HISTORIA DEL TORERO

JOSÉ ANTONIO MORANTE CAMACHO (Morante de la Puebla)

Publicado el 16 de junio de 2023
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Matador de toros nacido el 2 de octubre de 1979 en Sevilla. Buscarse en el espejo de uno mismo llevando la sinceridad por pupila es una tarea ardua, llena de sinsabores, de visiones horribles, de chirriante confrontación con sueños y quimeras y de mucho navegar sin brújula en  medio de la bruma tratando de dar con la linterna lógica que nos despueble la mente de tinieblas. Hallarse al fin, es lograr armonizar lo que se siente y lo que le inteligencia introduce por el cauce de la explicación; es dar forma lógica a los sentimientos, emotividad a las ideas y echar unos y otros a vivir en fraterna concordia. Esta es, qué duda cabe, una meta que rara vez se alcanza, y que los esforzados que la buscan han de pagar con costurones en el alma y heridas en el pensamiento difíciles de restañar. En este tránsito de encontrarse a si mismo está afincado Morante de la Puebla desde su alborada novillera hasta dar en el torero patilludo y abigotado, con incipiente coleta natural y pañoleta dieciochesca, que, en un retruécano de clasicismo, se nos asoma pintoresco a las primeras corridas que alborean 2007. Encarnizada lucha interior la suya donde, a golpes de tiempo, el hombre viene perfilando su personalidad y el torero su toreo en una evolución que, desde 1996 hasta la fecha, podemos parcelar cuatro etapas nítidamente jalonadas por tres hechos de singular relevancia: 1.º) el parón que sufre su carrera inmediatamente después de doctorarse; 2.º) la grave cornada sufrida en la feria de Sevilla del año 2000, y 3.º) la enfermedad que le aleja de los ruedos tras su encerrona en solitario en  Las Ventas, el Domingo de Resurrección de 2004.

Alternativa

La primera etapa comprende su última temporada completa como novillero –saldada con 31 paseíllos, 42  orejas y 3 rabos–, los 17 que suma el año siguiente, y su triunfal doctorado el día de San Pedro de 1997 en Burgos. Durante su trascurso tiene lugar el alumbramiento de una posible figura y el posterior estancamiento que una excesiva presión produce en el novillero. El final de su temporada de 1996 –tercera con picadores—marca el despegue definitivo de Morante como firme promesa tras una tarde clave en el desarrollo de su carrera: la del 20 de octubre, en la que abre la puerta grande de Las Ventas tras cortar las orejas de un novillo de El Torreón en el festival a beneficio del malogrado José María Plaza. Ese día, la prensa de Madrid, que ya le había abierto los brazos en la Feria de Otoño ante una novillada de Carmen Lorenzo a la que corta una oreja, se hace eco en sus crónicas de lo que el toreo de Morante puede aportar a la fiesta. Viéndolo cuajar aquel utrero, el ángel, el salero, la pinturería y gracia del toreo sevillano, postergado tiempo ha en el baúl de los recuerdos, aflora al sentimiento de los viejos aficionados, que revivifican las estampas de Pepe Luis, de Pepín, de Manolo González, de Camino, enquistadas entre los pliegues de la memoria, y sorprende con su soplo gratificante y fresco a la afición que por su juventud no ha podido gozar de estos maestros. Antes de estos éxitos, rubrican su positiva campaña el premio a la mejor faena en la feria de novilladas de Arganda del Rey y la conquista del Zapato de Oro de Arnedo, después de realizar la mejor faena del ciclo riojano ante Dudito, bravinoble burraco de El Pilar. Burgos, Huelva, Ronda y Málaga son otras de las plazas donde el cálido soplo del toreo morantino eleva el termómetro del triunfo. También Sevilla se ha regocijado viéndolo torear –paseíllo debutante en blanco y oro—el día 10 de abril. Fecha para recuerdo y esperanza que ve a Morante desgranar ante una gorda novillada de Hermanos Sampedro las directrices fundamentales que se columbran en su toreo: temple, buen gusto, pellizco, desparpajo, ganas, afición y ese aroma de gracia que adereza la totalidad de su quehacer sin cargar sus acentos en ninguna fase de la lidia porque en todas está. En el novillo de su presentación, Humanito, número 24, negro mulato de 448 kilos, brindado al público, le bastan cinco muletazos –dos por alto y un cambio de manos—para hacer sonar la música; privilegio exclusivo de los artistas capaces de meter todo el poema del toreo en el verso de cada pase.

Debut premiado cortamente con oreja, que deja a la afición sevillana haciendo cábalas sobre las muchas posibilidades del muchacho. Morante, que no es torero de lucha, necesita, sobre todo en esta primera etapa, un toro que le ayude a poder plasmar el toreo que siente; un toreo alegre que requiere el espacio abierto de la calma para oxigenarse, ya que la asfixiante presión lo amustia. Y es precisamente un exceso de responsabilidad, concentrada entre el 27 de abril y el 20 de mayo de 1997, con nada menos que cinco paseíllos entre Madrid –tres—y Sevilla, el que pone un indeseable punto de aceleramiento en su cadenciosa plástica y resta gusto y sentimiento a su toreo. Siempre deja detalles de su clase, pases sueltos que aroman de arte pasajes de sus actuaciones, recordándonos que en el chaval de La Puebla hay semilla de torero importante, pero en esta etapa, tal vez por la excesiva preocupación de hacer las cosas bien, su alegría se asombraja y el cante de su toreo sale con excesiva afectación y poco convincente. Pese a tocar pelo del Torrestrella Pobrecito en la primera de sus dos tardes en la Maestranza, las halagüeñas expectativas con que comienza su campaña sufren un revés considerable. Hasta hay quien opina, demasiado alegremente, que en su paso por Madrid ha cavado su propia tumba. De todas formas, el traspié es importante y hasta Miguel Flores, su apoderado por aquellas calendas, duda entre la conveniencia o no de darle la proyectada alternativa, que sólo sigue adelante gracias a la fe del torero y de su amigo y consejero Manolo Macías. El abrazo alternativero lo recibe Morante, en blanco y oro, de César Rincón –con Fernando Cepeda dando fe–, para que pasaporte a Guerrero, número 107, de capa castaña, 495 kilos de peso y el pial de Juan Pedro Domecq.

Tiene lugar la ceremonia en la primera de las corridas de una feria de Burgos con tiempo en contra y público a favor. El toricantano corta una oreja al burel de la ceremonia y otra del Deslenguado que cierra plaza, y salda su irrupción en el escalafón superior saliendo a hombros por la puerta grande del coso de El Plantío. Y llega el parón que sirve de frontera entre sus dos primera etapas. Con las ferias cerradas y una programación casi inexistente, fruto de la indecisión de su mentor, Morante verá pasar todo el mes de julio sin enfundarse una sola vez el traje de luces: el futuro se anubarra. Sin embargo, la historia del toreo está llena de casos que demuestran lo beneficioso que puede llegar a  ser para un torero sufrir la mordedura del olvido, sentir el aguijón de la impotencia. Recapacita Morante. Es tiempo de pasar revista a lo bueno y lo malo que se ha hecho, de volver a cargar las pilas de ilusión, de asomarse al espejo del alma y mirarse a los ojos. El 3 de agosto hace en Huelva Morante –rosa pálido y oro—su segundo paseíllo de alternativa. Es una fecha clave por muchos conceptos. No ya porque corte tres orejas y eleve sustancialmente sus enteros en la bolsa taurina, sino, sobre todo, porque demuestra una madurez y una firmeza no vistas anteriormente. Ver caer herido gravemente a un compañero cuando aún le queda un toro por lidiar es una prueba de fuego que, a veces, conturba el ánimo de los toreros frágiles; pero es precisamente en ese –el pastueño y doble Clavellino, del hierro de Manuel Ángel Millares–, donde Morante da un curso de buen torear inundado con luciérnagas de oles el entregado crepúsculo onubense. Amén de su arte incuestionable, ese día observo que su toreo ha ganado en profundidad. También en poderío, porque ahora baja más la mano y someter a los toros como antes no lo hacía. Morante sale de Huelva con la temporada encarrilada para coger cualquier sustitución que se presente. Y así ocurre con las de Jesulín de Ubrique, cogido el 13 de septiembre en Villacarrillo, y otra anterior que va a darle mucha categoría: la que le llama a ocupar el puesto del lesionado Rivera Ordóñez nada menos que en la Corrida Goyesca de Ronda. Con 12 corrida y 19 orejas cierra el torero de La Puebla su campaña, cambia en el invierno de apoderado, y tras iniciar la de 1998 con cuatro corridas pueblerinas y otra en Málaga, viene el zambombazo de la Maestranza. De nuevo su facilidad para conectar con el público se hace evidente: le bastan 22 muletazos para córtale las dos orejas al toro que va a poner a su alcance el premio al triunfador de la Feria de Abril.

Tras conseguir en tres corridas cuatro de las ocho orejas concedidas en la feria, Morante sale catapultado de Sevilla. Sin embargo, no por eso deja de ser un torero bisoño que acomete los inicios de su primera temporada completa como matador de toros. Está haciendo el rodaje, pero, a su vez, dando la cara en los sitios de mayor responsabilidad, y pese a que su evolución es innegable, todavía no ha alcanzado la necesaria solidez. En Madrid va a confirmar el 14 de mayo y  repite dos semanas después sin que la suerte le sonría. En el toro que le cede Julio AparicioHospedero, número 65, negro, de 574 kilos y el hierro de Sepúlveda–, más propio de belén viviente que de lidia y ruedo, nada puede hacer, y solo el Garbosillo que cierra plaza, un sobrero de Cortijoliva, le permite dejar una aceptable tarjeta de visita afeada por la espada. Pasado el trago madrileño, Morante encarrila una triunfal temporada en la que los éxitos se suceden con una continuidad impropia de los toreros de su corte, pese a afrontar retos como Pamplona, Córdoba o Zaragoza, feria de la que también resulta triunfador tras cortarle el 10 de octubre las orejas a Guajiro, de El Pilar. No obstante, el apogeo de su temporada tiene lugar la noche del 22 de agosto en El Puerto de Santa María, a tres fechas de echar en Bilbao el borrón más negativo de su campaña. Noche iluminada por una musical inspiración, con sendos faenones a Generoso y Tentador, dos nobles cuatreños de Joaquín Barral de los que obtiene cuatro orejas y un rabo. Faenas macizas, sentidas, en las que a la habitual pinturería giraldillera, une Morante el aleteo improvisado de la inspiración y una insólita y candente profundidad que sitúan su toreo en una dimensión nueva.

En esa línea concluirá 1998 –68 corridas y 91 orejas y 4 rabos cortados–, y continuará la temporada de 1999, donde un Morante mucho más cuajado supera con solvencia problemas que antes le atribulaban –basta comparar su exitosa comparecencia bilbaína de esta con la del año anterior–, sin que su mayor técnica y valor le resten un ápice de su ángel artístico. Pertrechado con tales dones, Morante bordará una campaña pletórica de éxitos, a destacar el que el 19 de abril le vale su primera puerta del Príncipe, tras cortarle dos orejas de seda al colorao y Guadalest Ambicioso, y otra de espinas al sexto, un toro de enfermería, con el que fue capaz de ocultar la tragedia bajo el grácil aleteo de su entregada flámula. Sin embargo, este año conoce Morante la sangre y el dolor que tributa el triunfo. Un toro de Xajay le hiere en la pantorrilla izquierda, el día 1 de mayo, durante su tercera comparecencia en la feria azteca de Aguascalientes,  tras haber salido a hombros las dos tardes anteriores. En su verdadero bautismo de sangre, antecedido de un puntazo leve en la muñeca izquierda, en su etapa novilleril. Otro traumatismo sufrido en esta misma muñeca, el día de Santiago en Tudela, le dejará sin torear –tras hacerlo infiltrado en Huelva—Hasta mediados de agosto, en que inicia una concatenación apabullante de triunfos que le llevan a tocar pelo en 17 de las 20 corridas que torea en dicho intervalo; a resaltar los de Bilbao, Dax, San Sebastián de los Reyes y Palencia, y por encima de todos el de Málaga ante el Gabriel Rojas Carabina, burel que le da ese sitio que eleva a los toreros de dimensión. Pero, el 10 de septiembre, Polizón, un cuatreño de Los Millares con el 13 en los costillares, corta su racha con una voltereta que le fractura la tercera vértebra lumbar y le obliga a finalizar la temporada y a iniciar un penoso calvario de dos meses de inmovilidad en cama para lograr la debida soldadura del hueso. Con el burlado fantasma de la tetraplejia rodándole los miedos, acaba Morante una temporada –la mejor, por más completa, de su vida—que deja abiertas muy halagüeñas perspectivas para la siguiente.

Sus inicios, hasta el 29 de abril –segunda de las cuatro actuaciones que le anuncian en el abono maestrante–, en que sufre la cornada de Barbiano, pertenecen a las postrimerías de esta segunda etapa, a la que el susodicho percance pone sangriento término. En las actuaciones previas, Morante manifiesta cierta irregularidad con la espada y un arte que sigue depurándose y que encuentra su cumbre en Olivenza –tras vísperas de victorinos en el mismo ruedo—con el fuenteymbro Ingenuo –burel de vuelta al ruedo—de quien obtiene el rabo tras inspiradísima faena iniciada con el mismo <<cartucho de pesca>> que preludiaría su cornada sevillana. Ocurrió esta en el pase siguiente, un natural que no llegó a culminarse al vencerse el toro de Victoriano del Río y meterle el pitón en la cara interna del muslo izquierdo, y le troca por la de la enfermería a la puerta del Príncipe que el espada tenía ya medio abierta tras haber logrado las dos orejas de su toro anterior. La cornada es el triunfo del toro, la prueba irrefutable de que, en la plaza, la vida torera siempre pende de un hilo.

Pero la cornada es, además, el pasadizo que utiliza el miedo para colarse bajo las monteras, el cenagoso laberinto por donde los toreros pierden el sitio. Mas un torero sin sitio es un ser inseguro, y sin seguridad resulta tremendamente difícil estar delante de un toro. Los destrozos físicos que el pitón de Barbiano produjo en la anatomía de Morante fueron reparados por la cirugía, pero la grieta que la cogida había abierto en su equilibrio psíquico seguía abierta. La cornada de Barbiano echó a Morante de su paraíso anterior, las luces se le volvieron sombras y los miedos se abatieron como perros rabiosos sobre sus ilusiones y las pusieron en fuga. Ahí comienza su tercera etapa: el Gólgota de un torero que continuó en las plazas buscándose a sí mismo, a costa de tener que tirar de un hombre negado a la lucha del ruedo. Pero la verdadera lucha es la que entabla Morante consigo mismo, contienda sin cuartel que se prolonga por el resto de las 70 corridas de 2000, de las 66 de 2001 –su peor campaña–, las 64 de 2002 y las 54 de 2003, temporada en la que da la impresión de estar venciendo a sus fantasmas. Lo mismo ocurre en sus sucesivas campañas americanas, que le ven debutar en Lima el 5 de noviembre del 2000, confirmar en México el 25 de diciembre del mismo año, y en Bogotá el 28 de enero de 2001, tarde en la que resultará herido por un astado de Garzón Hermanos. Todo torero se ve obligado a ser auténtico con sus sentimientos y un comediante a la hora de enmascarar sus miedos. Morante lleva mal tal ensamblaje, de ahí que sean muchas las tardes en que el hombre machaque al torero y le roba la inspiración y la alegría de torear. No obstante, tan igualadas están las fuerzas en este despiadado forcejeo que no faltan las jornadas triunfales ni las faenas para el recuerdo, esparcidas a todo lo largo y ancho de este páramo temporal. Y no solo nos referimos a los trofeos cortados –37 orejas y un rabo en 2000, y 35, 41 y 55 orejas y 3 rabos, obtenidos, respectivamente, en 2001, 2002 y 2003–, sino a actuaciones verdaderamente memorables independientemente de que la espada las malogre o no. Así, en 2000 la tarde del 30 de noviembre en Zafra o la faena al toro de Capea, en Lima el 12 de noviembre. En 2001: la que el 21 de enero le vale la Pluma de Oro de Valencia (Venezuela); las del 24 de mayo en Las Ventas, firmadas ante los bureles de Javier Pérez-Tabernero, Buenas noches  –primera oreja de matador de toros en Madrid—y Divertido –ovacionado tras dos avisos–; la del Malvarrosa, de Los Bayones, en El Escorial el 10 de agosto o, nueve días más tarde, la de El Puerto a un Torrestrella y, sobre todas, la del 2 de diciembre al sobrero de Julio Delgado, con la que hace vibrar los cimientos de la plaza México. En 2002: la completísima tarde de Cáceres el 2 de junio; la que firma –verde botella y azabache y medias blancas—ante Mes de Mayo, de El Torero, y Pendenciero, de Jandilla –al que llegó a banderillear–, en su encerrona en solitario de El Puerto, el 15 de agosto, o la que anteriormente –11 de mayo—le vale ante Ventanero, de Núñez del Cuvillo, el premio a la mejor faena de la feria de Jerez.

Es esta la faena más representativa del Morante de esta etapa, pues en ella se funden en inseparable aleación su arte exquisito y esa fragilidad a flor de piel que le lastima. Las que cuaja en 2003 poseen mayor calado porque, hilvanado con su sufrimiento, su toreo se ha rondeña, sangra, se hunde en la profundidad de sus tinieblas para brillar con lágrimas oscuras. Lo que antes fuera surtidor cantarino tiene ahora voz de océano: aquí ya nadie juega, y hasta lo pinturero se ha vuelto desgarrado con la pena que le muerde los tuétanos. Pese a cruzar como una triste sombra por la Feria de Abril, el 18 de mayo borda el toreo en Vistalegre al Pantera, de Tornay, y, ocho días más tardes, cuaja a Barbero, de Astolfi, la que sin duda es su mejor faena en Las Ventas. Un rabo corta en El Puerto a Alicantino, de El Torero, el 17 de agosto, y cierra el mes con el faenón al Alcurrucén Clarinete en San Sebastián de los Reyes, para culminar su campaña con el rabo de Valentón, de El Torero, último astado de su encerrona del 12 de octubre en Jerez, organizada por Morante con el ánimo beligerante de dar réplica a la empresa Pagés, que desestimó en su día el ofrecimiento del torero para matar en tal fecha seis toros en la Maestranza. Es el penúltimo capítulo de agravios de una historia que ha venido desarrollándose paralelamente a esta que contamos y cuya trascendencia nos impide obviarla: la de la borrascosa relación del torero y la empresa de Sevilla. Comienza allá cuando su alternativa debe emigrar a Burgos, y en los problemas que los dos años siguientes tiene el torero para estar en la feria. Parece solventarse con la exclusiva –500 millones de pesetas por 50 corridas—que en diciembre de 1999 le firma Canorea, pero pasa a recrudecerse cuando, tras la muerte de don Diodoro en enero de 2000, las relaciones con su hijo Eduardo se enturbian hasta la ruptura del acuerdo establecido, y aún se enconan más en septiembre del mismo año cuando, alegando merma en sus facultades físicas a causa del puntazo recibido fechas antes en Albacete, Morante se cae del cartel de San Miguel –igual que hacen Curro y Manzanares–, lo que trae como reacción que la empresa deniegue la cesión de la plaza para que Romero y Morante toreen el festival a beneficio de Andex, el mismo que, trasladado a La Algaba, pondrá fecha a la despedida del Faraón de Camas.

A partir de ahí todo serán desencuentros, matizados por la profesionalidad de torero y empresario, que no basta para evitar que Morante se quede fuera de la Feria de Abril de 2002 y de 2004, esta vez por desacuerdo económico. Esta última ausencia llevará a Morante a anunciarse en solitario en Las Ventas el 11 de abril, un domingo que en lugar de Resurrección viene a ser para él el de su caída en los infiernos. Seis días más tarde, psíquicamente enfermo y hundido en la desesperación, Morante hace pública su decisión de aparcarse de los ruedos. Ante el espada puebleño se abre entonces el fuego eterno de la aniquilación. No tiene más remedio que soportar la insufrible tortura de una muerte moral mil veces peor que la muerte, de verse condenado a convivir con la imposibilidad del deseado olvido, privado de ese no recordar que le daría descanso. Esta vacación por el infierno le dura casi un año. El tiempo corroe, cura, mata, descompone, depura… y Morante lo pasa curtiéndose en el tormento de saberse preso en las garras de la nada. España y Estados Unidos ponen paisaje a su difícil proceso de curación, mientras los doctores coinciden en que la reconciliación del torero y el hombre es indispensable para poder salir del sórdido universo en el que anda penando… En enero de 2005 anuncia su vuelta a los ruedos. Y ahí traza su vida torera el inicio de su cuarta etapa. El torero que reemprende el paseíllo el 5 de marzo en Olivenza es un hombre marcado por el sufrimiento, transfigurado por el dolor y las fatigas. Esta mueva dimensión dramática va a adornar con un acento trágico la belleza que pervive en su sensibilidad de delicado artista. Solo ser uno mismo tiene verdadera importancia. Y Morante comenzará a torear exclusivamente para el hombre que antes fue su enemigo, y el hombre que antes fuera su opuesto vivirá para que el torero se sienta y suelte en libertad toda su angustia. Este Morante resurrecto se ensimisma. Crea para sí, para envolver al toro de toreo sentido, vivido, imaginado, traído del más allá de la cordura. Verle absorto en su creación genial, impresiona, sobrecoge, emociona, porque a todos nos llega que aquello es de verdad, que allí hay un ser humano que clava en su pena un puñal de belleza porque así lo requiere su inmensa soledad. El público no cuenta, ni la plaza, ni los compañeros, ni el mundo, ni la vida…, solo el toro y su sentir artístico, su éxtasis, la asfixia de su entrega total. El dolor que a punto estuvo de alzarse en su verdugo es ahora quien le muestra el camino. Así surgieron las sublimes recreaciones estéticas de Espartinas, Jerez, Granada, Sanlúcar de Barrameda, Salamanca y Valencia, entre otras notables de este mágico 2005, año cumbre que el de La Puebla salda con un haber de 48 corridas en las que corta 42 orejas y 3 rabos. La mañana de la inauguración del coso de Espartinas fue crucial para su posterior evolución.

La nobleza de Alboroto logró lo que no habían podido nueve meses de terapia y consultas: que el hombre volviera a enamorarse del torero y que el torero recuperara el sitio que se llevó Barbiano. Lo que un toro quita, otro lo da. Morante volvía a sonreír, y algo más importante: volvía a sentir el beso de la felicidad. Después vendrían las verónicas más bellas y templadas de los últimos tiempos al Comilón del rabo de Jerez, el Juampedro que brindara a Paula y con el que volviera a poblar de bulerías las palmas de la tarde. Y al final, la maravilla con el Pajarraco, de Núñez del Cuvillo, el 9 de octubre en Valencia, en su mano a mano con El Juli. Días más tarde contraería matrimonio para, seguidamente, reencontrarse con el toreo en América. En la temporada de 2006 –57 corridas y 37 orejas–, Morante continúa ahondando en la línea de mantenerse fiel a su concepto. La larga lucha por encontrarse parece irse resolviendo definitivamente, y el torero cada día es más él. Con el toro que viene a contra estilo no gasta un átomo de su valor ni un segundo de su tiempo, de ahí que el trueno de la bronca frecuente su geografía taurina, pero cuando rompe con el corazón más insensible se estremece con la tremenda sacudida de su arte dolorido y auténtico. Así el 7 de Mayo en Barcelona, donde volvió las lanzas de la indignación en el recital de dos orejas de su segundo; o el 6 de junio en Madrid, donde también cambió la bronca por una oreja, esta vez tras extenuante esfuerzo, frente al complicado Misterillo de El Pilar; o diecisiete días más tarde en Alicante, donde volvió a trocar los denuestos en loas por la pureza con que toreó a Raleo, de García Jiménez. El Puerto, Huelva y Valladolid jalonan otras tantas estaciones triunfales de un trayecto empañado al final en Zaragoza, donde oye los tres avisos en un toro, avisos que los aficionados maños habrán de olvidar antes que las tres templadísimas verónicas que el de La Puebla le enjaretó en el quite. El 22 de noviembre, Morante sorprende a todo el taurinísimo presentando a Paula como nuevo apoderado, cargo que venía desempeñando su amigo y matador de toros José Luis Peralta desde que a finales de 2001 rompiera su relación con Manolo Camará. El estreno de apoderamiento lo sellaba José Antonio cuando fechas más tarde en la México cuajando con arte inmarcesible al toro San Bernardo, de San Martín. El 6 de junio de 2007, en la Corrida de Beneficencia de Madrid, marcó un antes y un después en Las Ventas. Recorrió el anillo aclamado incluso S. M. el rey don Juan Carlos tras realizar faena memorable al sexto de la tarde, de nombre Hatero, de la ganadería de Núñez del Cuvillo. En la vuelta al ruedo paseó un tomo del Cossío. Pocos días después anunció que cortaba la temporada.

Morante de la Puebla, en plena lidia con el capote.

Volvió a los ruedos la tarde de Reyes de 2008 en la Monumental de México en un mano a mano con Rodolfo Rodríguez El Pana. Cortó dos orejas y abrió la puerta grande. En la temporada de 2009 destaca la tarde del 21 de mayo donde torea de forma magistral con el capote a un toro de Juan Pedro Domecq. El 2 de junio de 2010, junto a Daniel Luque, realizó un importante tercio de quites, mostrando un gran dominio y técnica en el manejo del capote de brega El 13 de agosto de 2017 anunció por tercera vez la retirada durante un tiempo indefinido, alegando desencanto y la crítica hacia un sistema que no está a favor del toreo. Regresó el 12 de mayo de 2018 en la Plaza de Toros de Jerez. Morante de La Puebla pertenece a la llamada línea de toreros artistas. Considerado como torero de arte indiscutible del siglo XXI hasta el momento y sucesor de Curro Romero. Fiel al puramente estilo sevillano es continuador de la estirpe de matadores como Pepe Luis VázquezManolo VázquezPepín Martín Vázquez, Curro RomeroRafael de Paula. Es un torero controvertido dada su inconstancia en los ruedos, algo intrínseco en los llamados toreros de arte, actitud que provoca a la vez broncas y despierta pasiones. Considerado insuperable en el empleo del capote y la ejecución de la verónica, es un torero completo en el manejo del capote, domina el tercio de banderillas y es un fiel ejecutor de la lidia con la muleta al estilo de Sevilla. Sin embargo, tiene su punto débil en la suerte suprema, la cual le ha privado de números trofeos. Entre 2021 y 2023, Morante logra en Sevilla algunas de las faenas más importantes de su carrera: en septiembre de 2021, en la Feria de San Miguel, le corta las dos orejas al toro Jarcio, de Juan Pedro Domecq. Meses después, en la feria de abril realiza importantísimas faenas, destacando principalmente la del toro Ballestero, un sobrero de Garcigrande, al que le cortó las dos orejas en una corrida de Torrestrella. Nuevamente en la feria de San Miguel, ya del 2022, ante un toro de Hnos. García Jiménez de nombre Derribado, Morante cuaja una faena que, de haberse culminado con una buena estocada, habría sido premiada con las dos orejas y el rabo del toro. En 2023 en La Maestranza cortó el rabo al toro Ligerito, toro de Domingo Hernández, hecho que no sucedía desde Ruiz Miguel en 1971, sin contar con el rejoneador Pablo Hermoso de Mendoza en 1999. Premio Nacional de Tauromaquia, concedido por su «renovación del toreo clásico» (2021) En 2005 contrajo matrimonio con Cynthia Antúnez, divorciándose en 2008.​ En 2010 se casó en segundas nupcias con Elisabeth Garrido.​

Los presentes y todos aquellos que vieron la corrida a través de Mundotoro TV sabían que estaban presenciando un momento histórico: hacía 52 años que no se cortaba un rabo en la Maestranza desde que Francisco Ruiz Miguel obtuviese tal trofeo con la lidia a un toro de Miura.

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