HISTORIA DEL TORERO

Antonio Mejías Jiménez (Bienvenida)

Publicado el 1 de febrero de 2022
Abel Murillo Adame logo

Siempre dijimos a cuantos quisieron oírnos que este torero ha sido el más fino, más puro y más clásico de cuantos han salido de la casa Bienvenida. Cuando se confiaba y toreaba a gusto, su difícil facilidad enaltecía el arte del toreo con positivos esplendores y el ánimo del espectador se recreaba sin saciarse de experimentar una dulce y apacible emoción estética. Nació en Caracas (Venezuela) el 25 de junio de 1922, durante una larga temporada que allí residieron sus padres, y se presentó en Madrid como novillero el 3 de agosto de 1939, con Joselito de la Cal, el mal apodado Gallito y reses de la ganadería de Terrones. Un triunfo de clamor que obtuvo en la misma plaza el 18 de septiembre de 1941 decidió su alternativa, que le otorgó su hermano Pepe en la referida capital con fecha 9 de abril de 1942, al estoquear mano a mano cinco toros de Miura y uno de Tovar. El de la cesión fue de la primera de dichas ganaderías y llevaba por nombre Cabileño. En aquel año toreó 21 corridas, pero pudieron ser muchas más sin una gravísima cornada que el día 26 de julio sufrió en la plaza Monumental de Barcelona, inferida por el toro Buenacara, de don Ignacio Sánchez. En 1943 tomó parte en 37. Pero cuando se trata de toreros de excepción, las estadísticas no representan nada, y por eso renunciamos a dar aquí un detalle de ellas. Digamos, sin embargo, que las 53 que sumó en la temporada de 1948 hacen la cifra más elevada. Sus percances, por otra parte, y a veces sus abstenciones temporales hacen que las corridas que despachó no den la medida de los méritos que le adornaron. Tuvo abandonos sensibles, desigualdades manifiestas, es cierto; pero nadie podrá negar que con su toreo dio el canon ideal de dicho arte. ¿Hemos hablado de percances? Pues aparte de aquel gravísimo de Barcelona, recordamos entre los de mayor consideración el del 15 de mayo de 1947 en Madrid; el del 14 de octubre de 1955 en Zaragoza; el del 17 de noviembre de 1957 en Málaga y el del 17 de mayo de 1958 también en Madrid. En repetidas ocasiones actuó como único matador en corridas de seis toros, y se despidió de su profesión en Madrid con fecha 16 de octubre de 1966 realizando el mismo alarde, o sea actuando de único espada en la lidia de seis toros de otras tantas ganaderías. El último que estoqueó se llamaba Gaditano y era de la ganadería de <<El Pizarral>>. Por su labor altruista mientras fue presidente del Montepío de Toreros, le fue concedido el ingreso en la Orden Civil de Beneficencia. El día 4 de octubre de 1975 acude junto a su hermano Ángel Luis y a Miguel, hijo de éste (que tenía especialmente ilusionado a su tío Antonio, pues veía en él un posible continuador de la dinastía familiar) a un tentadero en la finca de doña Amelia Pérez-Tabernero. Antonio y su sobrino torean unas vaquillas. Una de ellas, Conocida, permanece junto a la puerta de la placita por la parte de afuera, y vuelve a entrar en el ruedo cuando la puerta se abre para que entre el siguiente animal. Antonio permanece de espaldas a la puerta y la vaquilla le coge, volteándole con fiereza. Bienvenida cae en mala posición y se lesiona gravemente en las vértebras. A consecuencia de esto fallece en la clínica de La Paz, en Madrid, en la tarde del día 7. Señor del toreo Antonio Bienvenida fue todo un señor maestro del toreo. Pocos como él han tenido un conocimiento tan hondo del estado de los toros, de los terrenos de la lidia y de todas las suertes, que ejecutaba con gran perfección. Su toreo, alegre y nostálgico a la vez, se fundamentaba en una maestría inigualable. Por lo que respecta a su táctica y técnica de la lidia era un diestro dominador. En cuanto a su estilo, combina la gracia andaluza con una austeridad majestuosa.

La manera de lidiar de Antonio desprende algunas notas del desenfado de la escuela sevillana, pero su toreo era ante todo clásico y profundo, repleto de las esencias del oficio. Su concepción de la lidia le llevaba a exponerse a riesgos en numerosas ocasiones, y prueba de ello son los múltiples y serios percances que sufrió a lo largo de su carrera. Los aficionados le consideran un torero alegre, calificativo que no es del todo ajustado a la realidad. Huía del dramatismo, pero fuera de su gracia, de sus adornos y de su casi constante sonrisa, su toreo era serio, grave, riguroso. Antonio era, como todos los Bienvenida, risueño, de ahí que la sonrisa aflorara constantemente a sus labios. Esto molestaba a algunos aficionados, a aquellos que gustaban de los gestos dolorosos y de las muecas de sufrimiento en el rostro del diestro. Lo cierto es que este gesto de Antonio obedecía a una máxima de su padre según la cual al público debe trasmitírsele alegría para aliviarle el trance de ver a un hombre jugarse la vida. Sus lances de capa eran maravillosos, fue un banderillero excepcional y sus faenas de muleta son todo un modelo de arte. Un torero serio, que adoptó posturas inflexibles ante ciertos desmanes, como el afeitado de los toros, práctica que le repugnaba.

0 comentarios

Enviar un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

dieciseis + doce =