El torero es un estallido de luz que no sólo ilumina a ciertos elegidos; la voluntad y el tesón hacen milagros, son virtudes que transforman la manera de ser de quienes las poseen, y Fermín Murillo, de cepa aragonesa, supo hacer honor a ellas mientras vistió el traje de luces. Toreaba y mataba, no estaba exenta de arrogancia su figura, y merced a su esfuerzo personal pudo andar a los alcances de la primera fila. Pocos toreros supieron utilizar sus posibilidades como él. Nació en Zaragoza el 4 de noviembre de 1934, pero hizo el aprendizaje de torero en Barcelona, donde, con José María Clavel y Enrique Molina, formó la terna de matadores de una cuadrilla juvenir que prematuramente, por ser mal administrada, hizo su presentación en Madrid el 19 de marzo de 1952. La ausencia del éxito, hizo en los tres más penoso el camino que hubieron de recorrer como novilleros. Pero antes de aquella fecha ya había toreado en Madrid dos becerradas nocturnas.
Por las virtudes antedichas pudo Murillo vencer los obstáculos con que tropezó, y el 21 de abril de 1957 tomó la alternativa en su ciudad natal de manos del mal apodado Chicuelo II, quien en presencia de Jaime Ostos hubo de cederle el toro Bonito, de la ganadería de MIura. La confirmación en Madrid el 8 de septiembre del mismo año estuvo a cargo de Mario Carrión, actuando Carriles de testigo.
En los años que disfrutó de dicho ascenso toreó las siguientes corridas: 8 en 1957; 26 en 1958; 23 en 1959; 21 en 1960; 38 en 1961; 40 en 1962; 46 en 1963; 63 en 1964; 72 en 1965 y 51 en 1966.
El 16 de octubre de este último año se despidió del toreo en Zaragoza en una corrida triunfal. Como puede verse por esta escala, su firmeza de ánimo le permitió ir aumentando de año su circulación. Falleció: en Valencia el 29 de octubre de 2003 a los 69 años de edad, debido a un derrame cerebral, sus cenizas pidió se esparcieran en el coso de la Misericordia de Zaragoza.
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