Cuando empezaba, le ayudó su tío Manolete, pero murió éste cuando le quedaba por andar mucho camino, y no llegó. Para consolarse, tomó una alternativa en Montoro (Córdoba) el 7 de octubre de 1951; se la dio Martorell, fue testigo Calerito y los toros pertenecían al duque de Pinohermoso. Nació en Écija (Sevilla) el 15 de mayo de 1930; y como torero, no pasó de ser un aspirante. Pero no vaciló en usurpar un apodo glorioso.
Rafalito Lagartijo -como así se le llama- no pudo continuar la gloriosa tradición torera de su familiares, ya que se vio menguado de facultades, – no artísticas- renunciando a participar en la fiesta como un mediocre espada. Gesto que es de agradecer, pues un “torero a la fuerza” no hace sino levantar polémicas y discordias en su contra.
Ya retirado ocupó un cargo directivo en la banca. Hoy jubilado es un referente en todos los acontecimientos de la historia taurina cordobesa. Rafaelito y su hermano Juan llevaron a Manuel Rodríguez Sánchez por última vez en hombros, tendido en una modesta camilla, desde la enfermería de Linares hasta el hospital de la ciudad andaluza y minera en el que entregó su alma a la posteridad. “Ya me decía mi madre que no viniera a Linares”; “Que venga Jiménez Guinea”; “Enciéndeme un cigarrillo Rafaelito” y “No veo, no siento las piernas” fueron las últimas palabras que pronunciaron los labios de aquel Dios del Toreo, que quedaron grabadas a fuego en el cerebro del que ahora ha marchado a reunirse con él para toda la eternidad. Muere a los 83 años el matador Rafael Soria Molina ‘Lagartijo‘
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