El nombre de este célebre lidiador del siglo XIX traza una raya en la fiesta para separar el toreo antiguo del moderno, al menos en lo que a dicha centuria se refiere, porque en la actual hubo otra raya divisoria de mayor trascendencia todavía. Nació en Chiclana (Cádiz) el 13 de enero de 1805 y falleció en la misma población el 4 de abril de 1851. Es en el arte del toreo una especie de hito que representa un término de comparación y sirve de divisa y abolengo al espectáculo. <<El arte de Montes>>, se llama por antonomasia al arte de torear a pie, y todos convienen en afirmar que es una de las más altas cumbres que ha tenido la fiesta, porque al lanzarse a ser actor de ella –después de haber aprendido el oficio de albañil–, unió a la frescura de su juventud el fuego de la acción, la fuerza creadora, la potencia de la inspiración y una intuición genial en suma, dotes que le permitieron abril nuevos horizontes a la fiesta y al porvenir de los diestros que le sucedieron. Fue alumno de la Escuela de Tauromaquia de Sevilla, tomó la alternativa en Madrid, de manos de Juan Jiménez (el Morenillo), el 18 de abril de 1831, y a partir de esta fecha se erigió en la figura señera del mundillo de los toros, cuya hegemonía le permitió organizar la cuadrillas como hoy las conocemos, modificar el traje de luces y crear una ética profesional hasta entonces inexistente. Amparado en este prestigio, dejó a la posteridad un libro, <<Tauromaquia Completa>> (1836), sentando jurisprudencia para escribir sucesivos tratados del arte de torear. La principal grandeza de Francisco Montes se cifra, en fin, en haber hecho cambiar la faz de las corridas de toros y en iniciar el proceso de su gran evolución durante el siglo pasado, lo mismo que hicieron Gallito y Belmonte en el actual.
Ausente de Madrid desde las corridas reales que en el año 1846 se celebraron con motivo de la boda de Isabel II, al reaparecer en 1850 fue recibido con jubilosa expectación; en la corrida del 21 de julio de tal año tenía que estoquear — alternando con el Chiclanero y Cayetano Sanz— reses de la ganadería de Torre y Rauri, y el primero de la tarde, llamado Rumbón le cogió al pasarlo de muleta y, además de inferirle una herida en el tobillo y otra mayor en la pantorrilla izquierda, le produjo algunas contusiones en la cabeza y en el pecho. No volvió a torear. Retirado en su casa de Chiclana, se dio a la bebida, procurando ahogar penas de carácter íntimo, y allí dejó de existir en la fecha mencionada.
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