
Se trata de otro hijo de Manuel Mejías Rapela, y nació en Sevilla el 2 de agosto de 1924. Cuando llevaba cerca de cuatro años vistiendo el traje de luces, hizo su presentación en Madrid como novillero el 25 de julio de 1943, para estoquear ganado de Muriel con José Parejo y Pepe Dominguín; obtuvo un triunfo que alcanzó gran resonancia, al que siguió otro de tanto ruido que logró el 8 de agosto siguiente; durante el invierno inmediato toreó en Venezuela y Colombia, y a su regreso, sin tomar parte en más novilladas, tomó la alternativa en Madrid el 11 de mayo de 1944, de manos de su hermano Pepe, actuando de segundo espada su otro hermano, Antonio, y lidiándose toros de los Herederos de don Arturo Sánchez Cobaleda. Toreó en dicha temporada 20 corridas; tres solamente en 1945; otras tres en 1946; diez en 1947; ocho en 1948; cuatro en 1949, y ninguna en 1949, y ninguna en 1950.

Marchó a América, donde se dedicó a negocios ajenos a la fiesta de los toros, y a su regreso no volvió a vestir el traje de luces. Hasta que se retiró su hermano Antonio, figuró como apoderado de éste.

Pese a sus éxitos de novillero, no creemos que tuviera vocación, y que si se hizo torero fue por lo que influyó el ambiente familiar. De regreso a España, se convirtió en apoderado de su hermano Juan y, más adelante, de Julio Robles, entre otros matadores. El 16 de septiembre de 1984 estoqueó un toro a puerta cerrada en San Sebastián de los Reyes (Madrid), para celebrar el sesenta aniversario de su nacimiento.

Tan prolífica dinastía de toreros finaliza con Miguel Bienvenida, hijo de Ángel Luis, fruto de su matrimonio con Carmen Álvarez-Buylle, que también toreó en la década de 1980 algunas novilladas.

Ángel Luis Mejías Jiménez –Ángel Luis Bienvenida-, fallecido en Madrid a los 82 años, era el cuarto de los cinco hijos toreros que continuaron la estirpe de Manuel Mejías Rapela, al que el célebre cronista José de la Loma, don Modesto, bautizara en los primeros años del siglo XX con el apelativo de El Papa Negro, cuando el vicario taurómaco era Bombita. Todos los hijos de este papa, todos los Bienvenida -desde Manolo y Pepe, los mayores, el inolvidable Antonio o Juan, el Benjamín– dejaron, con labores de distinta intensidad y dilación, patente su condición de grandes toreros en el espacio mítico que se reserva para este magisterio. Lidiadores poderosos, ejecutores de suertes variadísimas, banderilleros de excepción, aunaron gracia y verdad en un toreo sabio, profundo y dominador. Este buen hacer trascendió de los ruedos. La casa de la calle del Príncipe de Vergara, en Madrid, lugar que eligiera el Papa Negro para instalarse, o el de la calle de Sevilla y sus aledaños, dan fe de los pasos del último Bienvenida, hombre que desde la cabeza a los pies, desde su sonrisa a la palabra, exhalaba el inequívoco aroma de un torero

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